Agencias / MonitorSur, XALAPA, Veracruz .- Un 14 de noviembre de 1980 el mundo veía por primera vez una de las obras maestras modernas del séptimo arte, Toro Salvaje. El violento biopic del boxeador Jake LaMotta con el que Martin Scorsese volvía a las temáticas de la culpa y la redención a través de personajes inseguros que recurren a la fuerza bruta como canalización de todas sus frustraciones -y que saben muy poco de cómo tratar a una mujer- hoy es una de las películas más influyentes de la historia. Sin embargo ni la crítica ni el público estaba preparado para su violencia y audacia.
Porque hace 40 años la cinta que le valió el segundo Óscar a Robert De Niro aterrizaba en salas con críticas tibias y una recepción más que negativa en taquilla. Por muy insólito que parezca.
Cada vez que llega un aniversario de cine importante me gusta ver la película celebrada de nuevo para descubrir si el paso del tiempo o mis propios años de experiencia en esto de vivir escribiendo del cine me hacen verla con ojos diferentes. Y unos 20 o 15 años después de verla por primera vez descubrí una película más poderosa de lo que recordaba. La audacia de Scorsese para compartir la cruda historia de La Motta a través de planos rápidos, tomas complejas y el blanco y negro en alto contraste llevan la película a lo más alto en mi lista de obras maestras. La violencia se respira en cada plano captando la crudeza de un deporte implacable desde la primera secuencia en el ring (que ocurre en los primeros minutos), así como la fachada de un personaje que juega al macho de turno pero esconde en sus puñetazos a un tipo de lo más inseguro.
Cuarenta años después de su estreno, Toro Salvaje no ha envejecido un ápice. Más bien todo lo contrario. Es fácil detectar el lugar que ocupa como pieza influyente en el estilo de muchos cineastas. Y aunque ahora sea tan arrolladora e impactante, en 1980 no se la vio con los mismos ojos. La crítica aplaudió con creces el trabajo interpretativo de Robert De Niro y la dirección de Martin Scorsese pero en general muchas de las opiniones eran poco arriesgadas o tibias debido a la carga de violencia.
Por ejemplo, Joseph McBride escribió en Variety (vía The Playlist): «Robert De Niro es uno de los protagonistas de pantalla más repugnantes y desagradables en un tiempo… el director sobresale en provocar una tormenta emocional, pero parece no darse cuenta de que hay cierta necesidad de escenas dramáticas más tranquilas e introspectivas… las escenas que escoge enseñar son elegidas casi perversamente para alienar a la audiencia«. Por su parte, The Hollywood Reporter celebraba a De Niro y destacaba el lenguaje y la violencia «gráfica» que «podría ser un problema para cierto público«, pero criticaba al director de «irse por la borda en un intento de naturalismo discreto» señalando que había «poca estructura dramática en la descripción biográfica«.
«Gran parte de la película tiene una calidad de improvisación, lo que hace que la historia parezca muy real, pero también bastante aburrida» escribía el crítico de la publicación en 1980. Frases que básicamente demuestran lo mucho que De Niro estaba innovando con el estilo utilizado en la película y la astuta fotografía de Michael Chapman. Es más, incluso elogia el «coraje» del director y su protagonista por concentrarse en las facetas negativas del personaje sin hacer ningún intento por suavizarlo. Y es que, en definitiva ahí radica la intención de Scorsese.
El crítico Roger Ebert destaca en su artículo que precisamente muchas de las críticas tibias volcadas sobre la película eran porque «nunca se llega a conocer al personaje» mientras que libros como The making of Raging Bull (Mike Evans) destacan las críticas divididas que salieron al principio (vía Wikipedia).
La falta de una campaña publicitaria adecuada combinada con las críticas hacia la violencia del filme no hicieron que el público se apresurara a verla y al final esta película que glorificamos 40 años después, terminó fracasando en taquilla. Como lo leen. Con un presupuesto de $18 millones (que hoy serían 15 millones de euros) apenas recaudó $23 millones en el box office norteamericano (19 millones de euros). Todo esto hizo que Scorsese se preocupara por su futuro temiendo que el fracaso de taquilla alejara a los productores de sus futuras ideas. Afortunadamente la gloria le llegó meses más tarde gracias a las ocho nominaciones a los premios de la Academia. Fue la primera candidatura de Martin Scorsese a mejor director aunque no lo ganó hasta 2007 por Infiltrados.
Para comprender la pieza arrolladora que es Toro Salvaje debemos observar el momento en que se encontraba Scorsese, en su vida y su carrera, a la hora de hacerla. Tras el éxito de Taxi driver (1976), el joven cineasta quiso probar suerte por caminos diferentes y optó por un musical de gran presupuesto. Era su homenaje personal a la ciudad de sus amores y su tercer trabajo con Robert De Niro pero New York, New York fue un batacazo en toda regla. Este fracaso lo llevó a sufrir de depresión y caer en una espiral destructiva de fiestas y cocaína abusando de su cuerpo hasta el punto de terminar en el hospital con una hemorragia interna.
DeNiro ya le había hablado de la idea en varias ocasiones pero Scorsese se negaba a hacer el biopic de Jake LaMotta porque no le gustaba el boxeo. Básicamente le parecía «aburrido». Fue cuando el director estaba en la cama del hospital tras sufrir una sobredosis que De Niro lo visitó con la historia de nuevo. Tras nada menos que tres películas juntos, el actor tenía la confianza suficiente como para preguntarle si quería vivir o morir. Si su deseo era lo primero entonces harían el biopic de este boxeador convertido en comediante.
Scorsese aceptó convencido de que probablemente sería su última película. Y lo dio todo, innovando y arriesgando. Y es por ello que Toro Salvaje tiene esa energía que traspasa la pantalla. El director había experimentado las mieles del éxito y la amargura del fracaso, ya no tenía nada que perder y esa pasión de quien se atreve por completo quedó plasmada para siempre.
También le ayudó tener a un actor comprometido al 100% con la historia. De Niro se entregó tanto al personaje que entrenó con el mismísimo LaMotta -quien lo preparó hasta practicar boxeo como un profesional- para luego subir 27 kilos comiendo a reventar en París y así poder interpretar las secuencias en que LaMotta está subido de peso. Esta manipulación del físico no era tan habitual en Hollywood como lo es ahora, los actores no subían y bajaban de peso por amor al arte, pero De Niro sentó cátedra inspirando a cientos de actores a seguir sus pasos con el paso de los años. Como fue el caso de Brad Pitt, quien dijo que los 8 meses que pasó entrenando para Troya fueron fruto de la influencia de Bob con esta película.
Y así, el resto del reparto completó el torbellino de energía artística que guarda esta película: Joe Pesci en el papel del hermano, que por entonces llevaba cuatro años sin aparecer en una película y regentaba un restaurante italiano en Nueva Jersey para sobrevivir; y Cathy Moriarty como la esposa y obsesión constante de LaMotta, que logra plasmar de madurez y naturalidad a uno de los personajes más difíciles de la historia.
A excepción de una única escena de lágrimas tras perder un combate, el Jake LaMotta de De Niro prácticamente no expresa sus sentimientos, y no hace falta. Todas sus emociones están presentes en sus andares y actitudes, sus celos e inseguridades, y reflejados en las reacciones de quienes lo rodean. Es un bruto, un toro salvaje que se deja llevar por instintos básicos, incapaz de retrospección empatía o madurez alguna. Es una película que hoy refleja la masculinidad tóxica en su máxima potencia.
Esta obra maestra que Scorsese y De Niro dejaron para la posteridad no habrá tenido la recepción que merecía hace 40 años, pero no pasa nada. Hoy la aplaudimos todo lo que haga falta.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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