
Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Además de haber perdido la final de la Eurocopa, los ingleses deben soportar ser denostados por el resto de la hinchada futbolística por las acciones de sus indeseables hooligans, a lo que se le suman críticas de racismo y se expresa solapada una factura: la de haberse excluido de la Comunidad Europea
A todos nos llegaron los videos: los italianos saliendo del Wembley Stadium el pasado domingo, uno de los santuarios del deporte más popular del planeta, y en las salidas estaban ahí, los hooligans, esos bárbaros incontrolados que usan la violencia como lenguaje y que golpearon a incontables fanáticos del equipo que recién les había quitado el campeonato.
Todas las simpatías que la joven y variopinta selección inglesa había logrado durante el torneo (la Premiere League es de las mejores y más internacionales ligas del planeta), se habían empezado a venir abajo cuando los jugadores se quitaron descortésmente sus medallas de subcampeones. No son los primeros en hacerlo y es muy difícil de juzgar a quien recién ha sido derrotado en una ocasión como ésa, pero lo que se llama deslucir, desluce.
Pero aquello no era para mayores, hasta que, con el testimonio flemático y tradicional de la policía inglesa, cuyos agentes trataban de proteger a los italianos pero no se enfrentaban a sus furibundos locales, todos vimos cómo pasó lo que pasó.
Contra los desertores
Entonces vinieron las consecuencias. Andanadas de críticas a los jugadores, al técnico, a la sociedad inglesa. Acusaciones de racismo en las redes y una no tan fortuita coincidencia: la mayoría de los europeos alzaron sus voces para acusar la incuestionable ofensa que significaba las acciones bárbaras de los hooligans, esos mismo europeos que, en su mayoría, en la final, más que irle a Italia le iban contra Inglaterra: el país que decidió sustraerse de la Comunidad Europea, un gesto de desprecio que, por un lado o por otro, produciría una reacción.
Como siempre ocurre en estos casos, la euforia se vuelve generalista y la gimnasia se confunde con la magnesia, como dice el viejo proverbio castizo. Por una parte, la sociedad inglesa combate el racismo de manera consistente. Y aunque aún es inevitable encontrar casos sobre todo contra indios (la inmigración de la India en Inglaterra es enorme, producto de la relación colonial que hubo hasta hace pocas décadas), la discriminación no es una moneda de cambio común al menos en las ciudades importantes del país.
Sin embargo, esta vez, la impunidad en las redes hizo que ganara la sinrazón, y Jadon Sancho, Marcus Rashford y Bukayo Saka, los futbolistas que fallaron sus turnos en los penalties, fueron crucificados, insultados y vilipendiados de manera discriminatoria y por su color de piel.
Hay que decir, también, que de inmediato esas ofensas fueron condenadas tanto por la Federación Inglesa como por el mismísimo primer ministro británico, Boris Johnson. Pero además hay que sumar que este tipo de discriminaciones no tienen apoyos sustantivos en la opinión pública británica.
Por otro lado, la violencia.
El tormento de los hoolingans
Es paradójico que, Inglaterra adentro, la selección nacional se había ganado el cariño de toda su fanaticada precisamente por su nobleza. Un equipo de muchos jugadores jóvenes, básicamente multiracial, con un director técnico, Gareth Southgate, conocido por una caballerosidad comprobada, tanto que, al terminar el partido (inicialmente empatado, luego perdido desde el punto de los once pasos), asumió enteramente la responsabilidad de la derrota.
Para que luego un grupo de antisociales aparezcan en videos que se esparcen por todo el planeta y el país que inventó el fútbol y fue anfitrión de la final quede manchado con una pátina de barbarie que, después de ver un video así, es difícil de despintar.
Parece injusto y, por una parte, lo es. Pero no es gratuito. La sociedad inglesa tiene problemas de salud pública que asocian el consumo de alcohol y la violencia urbana desde hace más de un siglo. Y el uso de la violencia física por parte de bandas de desadaptados es un fenómeno con el que la sociedad inglesa viene luchando desde la década de los sesenta.
El término hooligan viene originalmente de Irlanda y, tomado de una serie de tiras cómicas, se transformó en la manera de llamar a quienes protestaban violentamente ya en los tiempos de la revolución industrial. Pero no fue sino hasta después de la mitad del siglo XX que se usó más específicamente para denominar a las bandas de hinchas violentos que aparecen en los partidos de fútbol y deciden arremeter contra los fanáticos contrarios e incluso a veces contra la infraestructura.
Justos por pecadores
Y la verdad es que los problemas raciales, xenófobos y discriminatorios no son exclusivos de Inglaterra. Ni en la vida cotidiana ni en el fútbol. Con volúmenes distintos, las sociedades, independientemente de su nivel de desarrollo industrial, atraviesan siempre contradicciones y a veces episodios indeseables con desplazados, refugiados e inmigrantes económicos o políticos.
Expresiones de algún tipo de supremacismo hay en Cataluña, en Estados Unidos, en Perú o en Alemania. Y en el fútbol, ni se diga. Las barras argentinas no son menos conocidas que los hooligan, y las expresiones de racismo en las gradas españolas o italianas (alguien recuerda a Balotelli?) son motivo común de amonestaciones institucionales. Sólo por mencionar ejemplos aéreos.
Pero esta vez el ojo del huracán se posó en la isla de la lluvia, donde, por cierto, salió a la luz durante la Eurocopa un estudio sobre el aumento de la violencia doméstica: según diversos estudios de la Universidad de Lancaster, el Centro Nacional para la Violencia Doméstica, la Jefatura de la Policía Nacional británica y la BBC, durante los partidos de la selección aumentan las agresiones a mujeres en un 38%.
Así que, dicho de manera justa, la inglesa no es una sociedad cuyos ciudadanos emulen el muy condenado modelo de los hooligans, pero esta puede servir como una oportunidad para observar un rasgo nocivo que comparten muchas otras sociedades, y de la que la británica no escapa.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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