Elio Henríquez
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 31 enero 2017.- Como fue su deseo, los restos de Samuel Ruiz García, obispo de la diócesis sancristobalense de 1960 a 2000, reposan en un féretro colocado detrás del altar de la catedral el 27 de enero de 2011.
Desde que fue sepultado, la tumba del j’tatik (padre en lengua tseltal) es visitada cotidianamente por muchas personas que lo recuerdan porque lo conocieron o por su trabajo pastoral en la defensa de los derechos de los pueblos originarios.
La mayoría se hinca, se persigna, reza, prende una veladora, ofrenda flores, agradece, y no pocos hasta piden les haga algún milagro, como ocurre en El Salvador a Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo mártir de ese país, ahora beato.
En la parte superior de la tumba, que forma parte de todo el conjunto del altar, hay una fotografía suya en la que aparece con sotana oscura, un báculo de madera –símbolo de los pastores, como él durante 40 años–, una mitra con bordados regionales y sus datos biográficos.
Una placa empotrada en la parte que oculta el ataúd color madera tiene inscrita la frase “Edificar para plantar el reino de justicia, de amor y de paz”, pronunciada en una de sus últimas homilías.
En torno al sitio fueron instalados protectores de madera de cedro mandados a hacer por el párroco de Tila, Heriberto Cruz Vera, uno de sus cercanos colaboradores. Para construir la tumba fue necesario solicitar autorización al Instituto Nacional de Antropología e Historia y “costó que diera permiso”, según ha relatado el obispo Felipe Arizmendi Esquivel.
En la misma sepultura fueron reinhumados los restos de su inseparable hermana Luz María, Luchita, quien había fallecido seis años antes que él, hasta entonces en la cripta de la catedral, construida en un subterráneo.
“Muchos no saben que está sepultado aquí; llegan preguntando dónde está, sobre todo las personas que vienen de fuera, porque los indígenas sí lo saben en su mayoría”, comentó una persona que trabaja en la catedral.
Quienes lo visitan, como lo hará el papa Francisco durante su estancia en la catedral el 15 de febrero, reconocen que en la tumba sólo está su cuerpo. Lo saben, su espíritu no está únicamente en ese recinto construido hace cerca de 500 años sino en las comunidades originarias, en el corazón de los pobres del país y de muchas partes del mundo, porque su figura trascendió fronteras.
Saben que la imagen del jtatik se agiganta por la importancia de su trabajo pastoral, por el impulso a la Iglesia autóctona –no autónoma– aun en contra de no pocos jerarcas católicos incrustados hasta en El Vaticano, por su defensa de las garantías de los mayas del presente, y también que su trabajo tendría menos valor si lo hubiera ejecutado durante un papado a modo como el de Francisco, quien se ha cargado hacia los pobres, los desposeídos.
Echan de ver que el espíritu de El Caminante –como se hizo llamar entre un amplio sector de grupos conocidos como radioaficionados, banda civil o ciudadana– está al lado del de fray Bartolomé de Las Casas, quien fuera primer obispo de Chiapas hace casi 500 años, pionero en defender los derechos de los indios y que aguarda una oportunidad para ser beatificado.
La visita del papa Francisco a la tumba del jtatik significa implícitamente un reconocimiento a su labor pastoral, a su defensa de los derechos de los pueblos originarios, de los pobres, y, claro, también a fray Bartolomé.
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