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Víctor Avilés
El poeta y periodista chiapaneco fue entrevistado por Víctor Avilés, el primer jefe de Información del periódico La Jornada, en enero de 1988. La excelente entrevista fue publicada en la revista Nexos. Con la venia del autor de la entrevista la publicamos por considerarla de gran importancia para el periodismo cultural de México y, desde luego, de Chiapas. Las fotos de interiores son de la agencia Cuartoscuro. Es un registro fotográfico del maestro Javier Molina en Zacatecas presentando, hace apenas veinte días, el libro del fotógrafo Pedro Valtierra. La entrevista está redactada en primera persona, una herramienta periodística difícil de plasmar en periodismo.
Ciudad de México.-Poeta y periodista chiapaneco, participó desde la preparatoria en movimientos estudiantiles y en 1968 formó parte del comité de lucha de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y posteriormente del Consejo Nacional de Huelga. Autor de Bajo la lluvia, Para hacer plática y Muestrario, trabajó en los periódicos El Día y unomásuno y actualmente en La Jornada. Colaboró en Perspectiva, con Gilberto Guevara Niebla, recién liberado. Actualmente busca “nuevo registro de voz” a su poesía, al explorar el mundo aparentemente contradictorio de la ciudad de México y el de un pequeñito pueblo de Chiapas, como Teopisca.
Una amiga me preguntó sobre mi estado de ánimo. En la respuesta resumí toda la noche vivida entre 1968 y 1974: “Preferiría estar en la cárcel. Entonces estaría con mis amigos y no aquí solo, oyendo música, fumando mota y la verdad, sin poder hacer nada”. Afortunadamente, los compañeros que estaban en Lecumberri no compartían para nada esta idea. Había más firmeza y optimismo entre ellos que entre quienes estábamos libres.
Mis relaciones personales fueron un franco colapso. En esa época yo tenía una amiga cuya afinidad conmigo era tan grande que los dos vivimos el proceso casi de la misma manera. Esto quiere decir que los dos terminamos hechos trizas, tanto que no pudimos ya vivir juntos. Ella se fue del país. Yo me quedé solo. Pero solo literalmente, solo y peor que solo. Rodeado de nada, de nada que me convenciera. Porque la mariguana te sirve para olvidarte de eso, pero no hay nada real. Yo viví un año casi en el vacío. Lo único bueno estaba en la cárcel, y mi única amiga fuera del país. Estas experiencias tan duras me recuerdan siempre un título de una novela de José Revueltas: Enseñanzas de una derrota.
Ya que lo asimilas, estas experiencias te dejan lecciones que te servirán para toda la vida y que te hacen de una ho nestidad a toda prueba, porque quien ha pasado por momentos tan duros, de una represión tan encarnizada, ya jamás podrá ubicarse en otra zona que no sea la lucha del pueblo por la democracia.
Los días posteriores al 2 de octubre ni yo los creo. Me sentí sin mella, emotivamente. Mi estado de ánimo no fue removido. Al contrario. Según yo, podíamos participar todavía con mayor coraje. Pero esa idea tan brillante se fue oscureciendo poco a poco con la noche que siguió a Tlatelolco.
Contemplé algo que nunca había visto: una tristeza colectiva, desencanto generalizado. Amigos y amigas que yo quería entrañablemente los vi perderse en cuestiones subjetivas. Comienza el movimiento contra la guerra en Estados Unidos. El movimiento jipi. Dominan las drogas, las filosofías animistas. Yo entré en ese mundo. aun estando politizado. Mi desencanto era tan fuerte que me arrastró. Para acabar pronto, no podía creer en nada porque todo el mundo repetía: nos derrotaron, fracasamos, somos la generación más golpeada y hemos perdido todo.
Había una gran porción de estudiantes, donde curiosamente solía haber anarquistas, o grandes lectores de Marcuse. Los cuates que utilizaban la palabra contracultura o anticultura. Ellos padecieron mucho la crisis del 68, porque tenían más ilusiones. Los estudiantes más proletarizados sabíamos que era un movimiento que tenía sus límites. Pero los de clase privilegiada, más cultos, pensaban que el 68 era la revolución. Su desencanto fue mucho mayor, porque ellos pensaban en algo que no existía.
Entonces, al venir la derrota se entregaron francamente a la droga. Fue deveras un momento de crisis total. Todas las relaciones se quebraron. Todos tuvimos que replantearnos ¿y ahora, qué? Qué conmigo y qué con todos, porque ya nada puede ser igual. Y en algún momento estuvimos muy cerca del peligro de desaparecer.
Había un gran caos, sobre todo en el jipismo de izquierda, como lo llamó Gastón García Cantú. Gentes que pensaban que aquello sería eterno. El comienzo de un apocalipsis sin salida. Estando rodeado de jipis todo el tiempo, nunca desatendí mis lecturas. Me ayudó la literatura y el acercamiento a escritores como José Agustín, Alejandro Aura, Elsa Cross, Mónica Mansour. Y esa misma vocación me hizo leer libros que hablaban de crisis. Descubrí que era una crisis pasajera.
Nunca pensamos que iban a asesinar a tantos jóvenes por un pliego petitorio cuyo cumplimiento no alteraba en nada al sistema político. Es algo que de plano te rebasa. La reacción de coraje de indignación, de difícil reflexión, provoca que ya no vuelvas a ser el mismo. Es como un rompecabezas que tienes que volver a ordenar, y el nuevo orden siempre es distinto, tanto, que lo tienes que inventar.
Leí a Jean Paul Sartre, sobre la crisis y la angustia en Europa después de la segunda guerra mundial y el nazismo. Las equivalencias eran más grandes de lo que parece y muchas experiencias eran bastante útiles en México. Mi tesis profesional fue sobre Sartre. Leí a Paul Nizan, que habla con brillantez de la crisis en tiempos de Epicuro, cuando había guerras extranjeras, sequía, represión, incertidumbre. Eso me hizo comprender que viví un fenómeno histórico que tendrá consecuencias sociales y políticas.
Pertenecí a un pequeño grupo que, ni modo, fue lúcido. Escribir me ayudó. Políticamente hablando, a otros les fue peor; me refiero a los que organizaron la guerrilla urbana como respuesta a la represión.
La drogadicción es una coartada, pero con muchos visos de realidad. Hay un momento en la vida que debes sentarte a pensar en ti mismo, meterte, para conocerte y a partir de ahí conocer a los demás. Pero claro, en ese momento tú no sabes nada. Momentos así son muy críticos y eso justifica el uso de ciertas sustancias que te permiten una introspección y contemplar el arte. Pero desde luego, nunca dejamos de pensar que el arte superior era la política. Que para hacer política hay que estar sobrio. Que no sólo es un arte, sino también una ciencia y la verdad es que eso nunca lo perdimos de vista. Muchos agarraron una onda subjetiva y pesimista. No olvidar que Avándaro fue la culminación de aquella crisis, donde se unieron una bola de jóvenes perdidos, sin una alternativa política clara. Con la excepción de los compañeros encarcelados y otros que ya tenían una militancia comprobada, muchos se dejaron llevar por la inercia.
A principios de los setentas escribí un artículo en la revista La Internacional en el que explicaba que las drogas son un recurso personal que podría durar un momentito pero que no tiene nada que ver con la lucha política. Que en realidad podría ser utilizado como un elemento de distracción de las fuerzas dominantes, en una especie de represión bastante selectiva. No sé si alguien se lo propuso o no pero el hecho es que a principios de los setentas los centros siquiátricos llegaron a llenarse de jóvenes que padecieron esa crisis.
Algunos amigos míos de esa época dicen que yo era un ser que podía estar toda una tarde callado. El peso de la represión me dejó en un estado de casi mudez, mientras todo mundo hablaba. Lo que me salvó fue la escritura, y de ahí salió mi primer libro de poesía: Bajo la lluvia. Al segundo libro me permití el lujo un tanto irónico de ponerle el título de Para hacer plática (1978). Como extremista, pasé del mutismo total a ser un hablantín.
Los militantes de la izquierda socialista del 68 logramos combinar el buen nivel académico con la más radical militancia política, sin que se contradijeran para nada. La cátedra de Maquiavelo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales la impartía, brillantemente, Enrique González Pedrero. Me tocó la suerte de estudiar Teoría de la Democracia en México en palabras de su propio autor: Pablo González Casanova. Un maestro muy cercano a nosotros era Arnaldo Cordova y otros más con alguna tendencia de izquierda como Víctor Flores Olea y Gastón García Cantú.
Cuando estalló la huelga de 1968, nuestra facultad ya estaba en huelga en favor de la liberación de Demetrio Vallejo. Pasé a formar parte del comité de lucha. Me tocaba organizar asambleas y dirigir debates. Cuando el ejército ocupó la Ciudad Universitaria y aprehendieron a nuestros principales dirigentes, algunas personas como yo tuvieron que ocupar esos lugares. Comencé a actuar en el Consejo Nacional de Huelga (CNH) como delegado de mi escuela.
Nosotros elaboramos un documento que pudo haber evitado el 2 de octubre. Después de la manifestación del 27 de agosto, que fue una de las más grandes, cuando Sócrates Amado Campos Lemus cometió el error táctico de pedir a las masas que se quedaran en el Zócalo aunque era evidente que iban a ser reprimidos. Justamente después de esto, en el comité de lucha elaboramos un documento que me tocó leer en el CNH. La idea era que el movimiento ya había llegado a su máxima expresión, que ya había dado lo que podía. Se había desatado una fuerza espontánea y poco cuidadosa. Adelantamos que con toda la fuerza del aparato estatal se iba a aplastar a una fuerza débil. Proponíamos una retirada. Suspender todas las huelgas y reiniciar una segunda fase organizativa del movimiento. Se impuso la corriente que quería seguir movilizándose y nosotros nos plegamos a ella. Para entonces el movimiento era como una fuerza natural desencadenada, como una lluvia que ya nadie podía detener. No había nada qué hacer, más que caminar al enfrentamiento.
En el 68 podemos hablar de una derrota por la fuerza, pero no de una derrota política. El gobierno nunca supo dar una respuesta política. Su única respuesta fue la represión y la maniobra: tratar de comprar a los estudiantes, distorsionar las cosas en los medios. Políticamente hablando el movimiento fue más avanzado que el gobierno, pero claro, no tenía la misma fuerza.
Recuerdo que entonces pensábamos como algo natural la posibilidad de ir la cárcel. Aquí me gustaría recordar una parte de la que casi no se ha hablado.
Creo que fueron los del comité de lucha de Economía quienes organiza ron una reunión en la casa del genereal Lázaro Cárdenas. Primero nos preguntó a cada uno que de qué estado veníamos, luego quiso saber si realmente había alguna representatividad entre nosotros. Posteriormente, uno de los compañeros le dijo: “General, ya nos están reprimiendo y encarcelando. Se desatan movimientos de violencia realmente alarmantes”.
El general Cárdenas nos dijo: “Si ustedes están en un movimiento político en contra de la represión y a favor de un pliego petitorio, tomen en cuenta que la represión es algo natural”. Nos recordó que cuando peleó en la revolución sabía que lo iban a combatir. Dijo que el movimiento debía ser independiente y que por independencia entendía de los estudiantes y de nadie más. “Yo no puedo intervenir en un movimiento independiente”, agregó, “lo que sí puedo hacer es que si ustedes me dan el pliego petitorio, yo a su vez ce lo llevaré al presidente de la República”.
Como éramos excesivamente celosos de nuestra independencia, le dijimos que llevaríamos esta proposición a los comités de lucha, donde se decidiría por votación. Desgraciadamente, el desarrollo de los acontecimientos hizo que esto ya no fuera posible.
El 68 me movió todo, me hizo dudar de todo y no creer en nada, para empezar a creer en algo y saber a dónde iba. Fue un momento de crisis saludable. Recuerdo una frase de Arturo Cantú: “la crisis tiene la virtud que nos hace comprender muchos aspectos de la vida que en otros momentos simplemente no veríamos”.
Logré salir del ambiente ferozmente represivo que siguió al 2 de octubre del 68. Como dicen en el campo, después de la tempestad viene la calma. De ese momento de opresión vino un momento de liberación cuya belleza también habría que escribir con calma, porque es el encuentro con todo, otra vez el principio de algo, tal como se ejemplifica en la organización política del PMT, el PSUM, el PRT, el PMS y muchas otras organizaciones que no existían en 1968.
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