Agencias / MonitorSur, XALAPA, Veracruz .- Desde que empezó a desarrollar contenidos originales en 2013, Netflix ha crecido inmensamente, cambiando por completo el mercado y el paradigma del consumo audiovisual. Hoy en día, su catálogo es un pozo sin fondo de propuestas en el que es fácil que muchos títulos pasen desapercibidos y se queden sin descubrir, en especial series que gozan de escasa visibilidad y a menudo son canceladas sin que el streamer les dé una oportunidad para crecer y encontrar a su audiencia.
Este podría ser el caso de Grand Army, ficción adolescente a reivindicar que parece estar siendo silenciada por la plataforma a pesar de su calidad y los valiosos mensajes que ofrece. Uno podría pensar que es simple mala suerte, desconfianza en el producto o desinterés de la audiencia, pero este ninguneo a la serie también podría estar relacionado con unas acusaciones de racismo por parte de una de sus exguionistas a la showrunner de la serie, un asunto escabroso que empañó el estreno y se especula que podría haber sido uno de los motivos por los que Netflix no la ha promocionado.
Grand Army es un drama adolescente creado por Katie Cappiello, reputada dramaturga, profesora y activista feminista estadounidense. La serie está basada en su obra de teatro de 2013 SLUT, en la que explora la cultura de la violación y el slut-shaming a través de la historia de Joey Del Marco, una chica de 16 años que es violada por tres de sus amigos. La obra recibió buenas críticas y fue alabada entre otros por el icono del feminismo Gloria Steinem.
Netflix encargó a Cappiello una temporada de Grand Army, en la que además de adaptar la dolorosa historia de Joey (interpretada en la serie por la revelación Odessa A’zion), ampliaba el material adentrándose en las tumultuosas vidas de otros estudiantes del instituto Grand Army de Brooklyn luchando por salir a flote y encontrar el éxito. La serie es una mirada cruda y muy real a la adolescencia actual y la política sexual, racial y económica en los pasillos de los institutos, abordando temas como el sexo, la violación, la diversidad sexual, el trauma, el racismo, el sistema educativo, la presión social o las redes sociales con honestidad y sin tapujos.
Las comparaciones con Euphoria son inevitables. Ambas ficciones son un retrato de la misma generación, de esos adolescentes a los que les ha tocado vivir en una época socialmente convulsa, de crisis económica, desempleo, amenaza terrorista, cambio climático y pandemias, en la que el mundo está cambiando de forma tan rápida que los más jóvenes están más desorientados que nunca. La serie está salpicada de esa confusión, rabia e incertidumbre que sienten muchos adolescentes hoy en día ante un sistema que les ha fallado, componiendo con ellos un fresco muy interesante y diverso de esta nueva generación, jóvenes de mente más abierta y mayor conciencia social que quieren cambiar el mundo, pero no saben cómo.
Grand Army arranca con uno de los primeros episodios más potentes que he visto este año en televisión, una carta de presentación contundente que deja claras desde el principio sus intenciones. En él, las vidas de los estudiantes de Grand Army se ven golpeadas fuertemente por un ataque terrorista a pocas manzanas del instituto. La explosión de una bomba, con trágicos resultados, es recibida por todos ellos de formas distintas, en el espectro entre el miedo y la indiferencia por un evento al que, por desgracia, las generaciones nacidas después del 11-S están acostumbradas, incluso en muchos casos desensibilizadas. La historia sigue concretamente a cinco alumnos de orígenes muy distintos después del ataque, mostrando en cada capítulo cómo lidian con sus problemas y sus relaciones mientras el mundo a su alrededor está ardiendo.
Estos son los protagonistas: Joey es una de una de las chicas más populares del instituto, bailarina y activista cuya vida da un giro de 180 grados cuando en una noche de fiesta, dos de sus mejores amigos abusan sexualmente de ella en un taxi ante la mirada indiferente de su novio. Dom (Odley Jean) es una ambiciosa estudiante haitiana-americana de origen humilde que trata de compaginar los estudios con varios trabajos para ayudar económicamente a su familia y un nuevo romance. Sid (Amir Bageria) es un chico indio-americano gay de familia conservadora que forma parte del equipo de natación y no está preparado para salir del armario. Jayson (Maliq Johnson) es un estudiante afroamericano que sueña con tocar el saxo, pero tras un incidente durante el ataque terrorista se enfrenta a un castigo desproporcionado que pone de manifiesto el racismo de la escuela amenazando con truncar su futuro. Y finalmente, Leila (Amalia Yoo), una novata chino-americana hija de padres adoptivos judíos que manifiesta una personalidad narcisista, insegura y egoísta y es capaz de cualquier cosa por ganarse la aprobación de sus compañeros y la atención de los chicos.
Grand Army se estrenó a mediados de octubre y apenas nadie ha hablado de ella. Como decía antes, la serie fue inmediatamente catalogada como “la Euphoria de Netflix”, comparación más que lógica ya que ambas comparten su forma provocadora y comprometida de retratar a las nuevas generaciones, aunque las dos se acaban diferenciando bastante en sus estilos. Mientras que la (también brillante) serie de HBO protagonizada por Zendaya presenta un envoltorio más estilizado y videoclipero, Grand Army es más austera y realista, más neoyorquina, aunque también está muy cuidada en el apartado técnico, estético y sonoro, lo cual la convierte en una ficción muy atractiva y con personalidad propia.
Esto, sumado a sus personajes, sus excelentes interpretaciones por parte del desconocido pero prometedor elenco y su forma tan franca de tratar los temas que los afectan, la convertían a priori en una serie con mucha proyección, especialmente entre el público joven. Y más tratándose de una plataforma como Netflix, en la que productos de corte adolescente/adulto como Por trece razones o Élite suelen tener muy buena acogida. Sin embargo, Grand Army (que poco tiene que ver con esas series, todo hay que decirlo) está pasando injustamente muy desapercibida.
Después de las cancelaciones de Daybreak, Esta mierda me supera, The Society o Dos balas muy perdidas, propuestas que se acercaban al género teen desde perspectivas muy diferentes, no sería sorprendente que Grand Army fuera la siguiente en caer. Y sería una pena, porque es sencillamente una de las mejores series adolescentes de los últimos años. Un drama que merece la pena descubrir y que seguramente sorprenderá a quien lo haga.
¿A qué se debe entonces este ninguneo por parte de Netflix, que no la ha promocionado ni le ha dado apenas cabida en sus redes sociales? Uno podría pensar que simplemente es una de tantas novedades que abarrotan el catálogo de Netflix todos los meses, y a las que la plataforma no puede dedicar su atención por estar volcada en títulos más grandes o populares. Sin embargo, indagando un poco descubrimos que detrás del estreno de Grand Army se oculta una polémica que, si nos dedicamos a especular, podría haber sido un factor en el posible silenciamiento de la serie por parte del streamer.
La que prometía ser una de las series de la temporada vio cómo una nube gris se posaba sobre ella el 2 de septiembre, cuando Netflix lanzó su primer tráiler. Aprovechando esta coyuntura, una de las guionistas de la serie, la también autora de teatro Ming Peiffer, compartió el tráiler en Twitter contando su experiencia en la serie y denunciando el abuso y el racismo que presuntamente habían sufrido ella y otros tres escritores de color.
En el tweet, Peiffer decía lo siguiente: “Tres guionistas de color que trabajamos en la serie la dejamos debido a abuso y explotación racista. La showrunner y creadora se puso en modo Karen y llamó al departamento de recursos humanos de Netflix porque una de las guionistas se había cortado el pelo. Sí, lo habéis leído bien. ¿Quién nos quiere entrevistar?”.
A continuación, la guionista cuestionaba la elección de la frase “Together We Rise. Together We Rage” (que vendría a decir algo así como “Juntos nos alzamos. Juntos desatamos nuestra ira”) para el tweet y aseguraba sentirse “asqueada” por ella, además de denunciar que “la bandera americana se prostituye en el tráiler como si algo de este proyecto representase unión”. Aunque no la nombra explícitamente, la showrunner a la que Peiffer se refiere en el tweet es obviamente Cappiello, la creadora de la serie, que para más señas es una mujer blanca.
Después de publicar el hilo, la polémica se extendió en Twitter y fueron muchos los usuarios que pidieron más detalles a la guionista. Uno de ellos, su colega dramaturgo Jeremy O’Harris, le dijo que también se sentía asqueado por la showrunner, a lo que Peiffer respondió: “Va mucho más allá… Me enterado de más cosas de sus antiguos alumnos y compañeros desde que tuiteé esto. Es una persona realmente trastornada a la que le facilitaron las cosas y elevaron”.
Peiffer pidió a los usuarios de Twitter que difundieran su mensaje. Según ella, “a los creadores blancos no se les debería recompensar con series por abusar de guionistas de color y robar sus historias para legitimar su apropiación y el uso de términos reciamente ofensivos”. Sobre este tema precisamente, la guionista también explicó a uno de sus seguidores que Cappiello no escuchaba a los guionistas de color, “incluida la persona negra que insistió en no convertir la historia [de Dom] en pornografía de la pobreza. Cuando intentamos que cambiara la trama, fuimos abusados psicológicamente y los tres renunciamos”.
Netflix también fue objeto de la ira de Peiffer, que acusó abiertamente a la plataforma de estar al tanto de todo lo que estaba ocurriendo en la sala de guionistas y no hacer nada al respecto, “excepto contratar a más guionistas de color para poner sus nombres en la serie”. Según ella, la compañía no los escuchó cuando los avisaron de lo “explotadora” que era la ficción.
Pero no solo eso, Peiffer también culpó a Netflix de intentar pagar menos de la cuenta a un/una guionista de origen latino (no nombra ni especifica el género de los guionistas a los que se refiere) que acababa de ganar un Emmy, mientras la creadora no había trabajado nunca en televisión, al contrario que los presuntos afectados por su abuso (hay que señalar que el único crédito que tiene Peiffer en IMDb es el de guionista en tres episodios Grand Army).
Según aseguraba la escritora, todo esto ocurrió dos años antes del lanzamiento de la serie. Cerca de la fecha de estreno (es decir, poco antes de los tweets de Peiffer a comienzos de septiembre), Netflix se puso en contacto con los guionistas para “escuchar sus preocupaciones”, pero para ella ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho. “¡Os contamos lo que estaba pasando hace dos años!”, sentenciaba en Twitter.
Los tweets de Peiffer se hicieron virales y desataron la controversia. Fueron muchos los periodistas que aceptaron su propuesta de ser entrevistada para contar lo ocurrido en profundidad. Algunos tuiteros llegaron a vaticinar el día del Juicio Final para Netflix, que aun estaba lidiando con los efectos de la que es quizá su mayor polémica hasta la fecha, la criticada promoción de la película Guapis. Sin embargo, no se publicó ninguna entrevista sobre el tema ni el asunto trascendió más allá de los círculos de Twitter, como tampoco Peiffer volvió a hablar de ello en su cuenta ni los otros implicados dijeron nada. Cappiello, por su parte, tampoco respondió a las acusaciones. El asunto simplemente se desvaneció.
Sobre Cappiello, Cosmopolitan comentó en un artículo sobre la controversia que la autora no tenía un historial de racismo a sus espaldas y contaba con un trayectoria profesional previa a la serie impecable por sus trabajos sobre el feminismo y el abuso sexual, además de ser la fundadora de una escuela de teatro para jóvenes. Pero claro, esto no quiere decir necesariamente que las acusaciones de Peiffer no sean ciertas. Otras personas salieron en su defensa para contradecir las acusaciones. Una de ellas fue una exalumna llamada Francia, que defendía a la showrunner de las acusaciones de robo de tramas alegando que “muchos de los personajes [de Grand Army] están inspirados en personas a las que ha ayudado y en muchos de sus estudiantes, incluida yo misma”.
Grand Army se estrenó el 16 de octubre. Para entonces, la polémica ya se había disipado, como suele ocurrir en las redes sociales, donde un nuevo escándalo o debate eclipsa al siguiente continuamente. No sabemos qué ocurrió en ese mes que transcurrió entre los tweets de Peiffer y el estreno de la serie, como tampoco por qué la guionista no llegó a dar más declaraciones, aunque puestos a teorizar, una posibilidad es que se enfrentase a serias repercusiones legales por romper algún contrato de confidencialidad o por hablar públicamente de Cappiello. Aunque insisto, solo son especulaciones. Los tweets siguen publicados, pero ella no ha vuelto a sacar el tema públicamente.
Teniendo todo esto en cuenta, es fácil imaginar que Netflix hubiera querido desvincularse lo máximo posible de la serie, a pesar de lo que suponemos que es su obligación contractual de estrenarla. Grand Army es la última de varias polémicas recientes alrededor de asuntos raciales como la mencionada Guapis o la cancelación de GLOW, tras la cual una de sus actrices, Sydelle Noel, desveló que las intérpretes de color habían expresado su descontento con el tratamiento de los personajes diversos en la serie, ante lo cual la compañía se comprometió a tomar acción y mejorar la representación racial en la cuarta temporada, antes de que esta fuera cancelada por sorpresa.
El caso de Grand Army también se puede interpretar como síntoma de un problema que Netflix quiere resolver y dejar en el pasado. La serie está creada por una mujer blanca, pero el reparto es en su mayoría de color. Muchos consideran que son las personas de color las que deberían contar sus propias historias, al igual que ocurre con las de mujeres o personas LGBTQ+, colectivos históricamente poco o mal representados que en estos momentos están reclamando su lugar en la industria y su voz a la hora de contar sus historias, tradicionalmente contadas por otros.
Por ahora no sabemos si Grand Army tendrá una segunda temporada (su futuro es incierto). Pero en función de todo lo que acabamos de explicar, parece una posibilidad más bien remota. Su escasa repercusión, la controversia a su alrededor y las complicaciones que plantea la pandemia (factor que se introduce al final de la temporada, por cierto) le ponen muy difícil la supervivencia.
Y es triste porque, si somos capaces de dejar a un lado la polémica y valorarla como pieza artística en sí misma, lo cierto es que Grand Army es una serie estupenda; un retrato impactante y a flor de piel de una generación traumatizada, triste, cansada y llena de rabia que no sabe lo que le depara el futuro. Una serie real, fresca y arriesgada sobre los jóvenes de hoy en día que tiene mucho que decir y otro tanto que denunciar, y que está protagonizada por un grupo de jóvenes talentos que también merecen atención.
Ojalá Netflix le dé una segunda oportunidad efectuando los cambios pertinentes detrás de las cámaras, si se da el caso. Pero si esto no ocurre y Grand Army se acaba sumando a la larga lista de cancelaciones de la plataforma, al menos nos quedará una pequeña joya de 9 episodios que narran cinco historias que nos hablan de la importancia de escuchar y entender a las nuevas generaciones.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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