Ery Acuña (((Monitor Sur))) Miércoles 30-julio-2014
Arriaga, Chiapas.- Nicol tiene una mirada con anzuelo que atrapa. Su padre, un hombre cuarentón de pómulos salidos y un esqueleto forrado de piel, la abraza.
En el último vagón de La Bestia, ambos aguardan el sonido del tren con el que inicia el sueño americano, y que por ahora, parece una pesadilla.
Unas botellas de agua, tortillas y apenas una mudada, es el menudo equipaje para el viaje de 5 mil kilómetros hacia la otra frontera.
-¿Se van a agarrar bien?, pregunta el reportero.
-Estamos agarrados de Dios y eso es lo que importa, contesta lacónico.
Llegaron de Honduras hace un par de días y durmieron entre cartones, rieles y durmientes, a esperar la salida del ferrocarril, en Arriaga, Chiapas.
Nicol tiene cinco años y un montón de estrellas en los ojos. Su hermano Cecilio, de once, y su padre del mismo nombre, se treparon en la cola del tren junto con unos 500 migrantes.
Huyen todos del campo podrido en Centroamérica, no hay trabajo, ni esperanzas… por eso se van.
Ya vivió en Estados Unidos, dice. Juntó dinero y regresó a Honduras. Ahora se lleva a sus hijos a que sueñen juntos a cruzar el río Bravo.
Nicol tiene el pelo cobrizo, la cara demacrada y una ilusión enorme por viajar con su padre que le acaricia el pelo y le da un beso a ratos, y otros después.
Una mujer, Juanita Pot, se sacude el corazón a tres metros de distancia al ver la escena. No puede contenerse y acaba en llantos. Es la primera vez que ve a la niña, y tal vez la última: «Sólo le pido a Dios que me la cuide».
Las manos de su padre tienen un enjambre de cicatrices y una textura gruesa entre los dedos: “el campo y las fábricas, ya sabe, uno aguanta todo para que no les falte nada”. Toma a Nicol de nuevo del cuello y le da otro beso.
Como dos enamorados se toman y se abrazan mientras un sonido estruendoso anuncia que el sueño ha comenzado. Los vagones truenan y empiezan a avanzar.
Nicol se aleja. Dice adiós moviendo una mano de izquierda derecha, luego en forma de círculos, para sellar su despido, hasta que el tren se pierde entre la inmensidad de las vías.
La niña lleva una mochila vieja consigo, y un montón de sueños inocentes flotando en los ojos. (MS)
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