Agencias / MonitorSur, Ciudad de México.- A pesar de un siglo de avances en ciencia, 2020 se parece mucho a 1918.
En los años transcurridos entre dos pandemias letales, la mal llamada gripe española y el COVID-19, el mundo ha aprendido sobre virus, curó varias enfermedades, elaboró vacunas eficaces, desarrolló formas de comunicación instantánea y creó complejas redes de salud pública.
Pero aquí estamos de nuevo, enmascarados. E incapaces de aplastar a una insidiosa y sin embargo evitable enfermedad infecciosa antes de que mate a cientos de miles de personas.
Como en 1918, la gente vuelve a escuchar garantías vacías incompatibles con la realidad de hospitales y morgues llenas mientras sus cuentas bancarias se vacían. El viejo remedio de la cuarentena está de vuelta. Y también los de los curanderos: Restriéguense cebolla cruda por el pecho, decían en 1918. ¿Qué tal desinfectante en vena ahora?, sugirió el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, provocando suspiros en lugar de las risas que pretendía arrancar con lo que intentó hacer pasar, sin mucho éxito, por una broma.
En 1918 nadie tenía una vacuna, tratamiento o cura para la gran pandemia de gripe que arrasó el mundo y mató a más de 50 millones de personas. Nadie tiene nada eso tampoco para el coronavirus.
La ciencia moderna ha identificado rápidamente el nuevo coronavirus, mapeó su código genético y desarrolló una prueba diagnóstica, aprovechando los conocimientos de 1918. Esto ha dado a la gente una mayor oportunidad de mantenerse lejos del peligro, al menos en los países que implementaron los tests rápido, algo que Estados Unidos no hizo.
Pero la forma de evitar el contagio y qué hacer cuando eso ocurre han cambiado poco. El fracaso de los presidentes estadounidenses a la hora de tomarse en serio la amenaza desde el principio también une pasado y presente.
Trump casi declaró la victoria antes de que la infección hiciese mella en el país y desde entonces ha ofrecido gran cantidad de información errónea. El principal fallo del presidente Woodrow Wilson fue su silencio.
Según los historiadores, Wilson no habló en público ni una sola vez sobre una enfermedad que estaba matando a un número alarmantemente elevado de estadounidenses, aunque él mismo la contrajo y nunca volvió a ser el mismo. Wilson se obsesionó con la batalla paralela de sus soldados en la Primera Guerra Mundial como “un perro con un hueso”, dijo John M. Barry, autor de “The Great Influenza”.
La supuesta zona cero de la gripe de 1918 abarca desde Kansas a China. Pero para las autoridades estadounidenses estaba claro, incluso en 1918, que no había empezado en España.
La pandemia tomó ese nombre porque la prensa libre española reportó de forma ambiciosa la devastación causada por la enfermedad a principios de 1918, mientras los gobiernos y la prensa cómplice de los países en guerra — entre ellos Estados Unidos — le quitaron importancia en un momento de patriotismo, censura y negación.
Como el COVID-19, la pandemia de 1918 se produjo por un virus respiratorio que pasó de animales a humanos, se transmitió de la misma forma y tenía una patología similar, dijo Barry por correo electrónico. Mantener la distancia social, lavarse las manos y usar mascarilla eran las principales medidas para controlar el brote entonces y ahora.
Los consejos médicos de hace un siglo también resuenan hoy en día: “Si lo contraen, quédense en casa, descansen en la cama, manténganse calientes, tomen bebidas calientes y estén tranquilos hasta que los síntomas pasen”, dijo el doctor John Dill Robertson, comisionado de salud de Chicago, en 1918. “Después, sigan teniendo cuidado ya que el mayor peligro es la neumonía o alguna enfermedad similar una vez que la gripe haya desaparecido”.
Pero también hay marcadas diferencias entre los virus de 1918 y 2020. La gripe española fue especialmente peligrosa para gente sana de entre 20 y 40 años — la primera generación del servicio militar — paradójicamente por su buen sistema inmunológico.
Cuando esta gente se infectaba, sus anticuerpos iban tras el virus como soldados saliendo de las trincheras en los campos de batalla europeos.
“El sistema inmune estaba arrojando todas las armas disponibles contra el virus”, dijo Barry. “El campo de batalla era el pulmón. El pulmón estaba siendo destruido en esa batalla”.
Los soldados y marines jóvenes reunidos en los campamentos militares en Estados Unidos, se marcharon a Europa en barcos cargados de armas, lucharon codo con codo en las trincheras y regresaron a casa victoriosos ante unas multitudes que los adoraban. El costo humano fue enorme, tanto entre ellos como entre la gente a la que infectaron. La gripe española podría haberse llamado fácilmente la gripe del ejército o de la marina estadounidense. O la gripe alemana o británica.
Uno de los fallecidos en esa pandemia fue Friedrich Trump, el abuelo paterno de Donald Trump. Entre los que contrajeron la enfermedad y se recuperaron había líderes británicos, alemanes y estadounidenses de la guerra, así como los reyes de Gran Bretaña y España y Franklin Roosevelt, futuro presidente de Estados Unidos quien por entonces era subsecretario de la Marina.
Pero el costo humano fue mayor entre la gente de a pie y los pobres, hacinados en viviendas, tranvías y en sudorosas fábricas.
No todos podían seguir las palabras de Rupert Blue, cirujano general de Estados Unidos en 1918: “Manténganse alejados de multitudes y de lugares abarrotados lo máximo posible (…) el valor del aire fresco a través de las ventanas abiertas no puede exagerarse. Hagan todo lo posible por respirar tanto aire puro como puedan”.
Se estima que 675.000 estadounidenses murieron a causa de la pandemia, que se cree que infectó a un tercio de la población mundial.
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