Por Natalia Tieso, Mg en Educación, responsable de desarrollo regional para América Latina del Bachillerato Internacional (IB)
La frase más escuchada en el ámbito educativo durante este año tan especial seguramente fue “Hoy es uno de esos días…” – en palabras de una colega educadora- debido a los innumerables encuentros en formato online, mensajes de WhatsApp recibidos a cualquier hora, los incesantes pedidos de planificación personalizada, los recordatorios de los webinars a los cuales estamos suscriptos porque nos interesa nuestro propio desarrollo profesional y así quizás evitemos grabar tantos tutoriales para nuestros alumnos.
Mientras que repetimos una plegaria a “San Internet” para que no se corte la conexión porque tenemos que compartir pantalla en la reunión de padres, el agua del té que se derramó demasiado cerca del Modem, y preguntamos “¿se escucha bien?”, señalamos que no se escucha porque “estás muteado”, rogamos a los adolescentes que “enciendan la cámara”, y explicamos una vez más que “ahora nos vamos a las salas de Zoom”.
Es innegable que este año todos los miembros del ecosistema educativo (docentes, directivos, alumnos, padres, consejeros escolares, psicopedagogos, miembros del gabinete de orientación profesional y demás actores) han descubierto cuán capaces son de adaptarse a la mejor versión de la película “The Truman Show” y comprender que la realidad a veces supera hasta la mejor película de zombies, de epidemias y de realidad virtual.
Asimismo, los educadores han realizado un salto de calidad en la práctica áulica para gestionar la diversidad en el actual contexto de enseñanza remota de emergencia y así evitar que las diferencias se transformen en desigualdades. Conceptos como equidad, igualdad, justicia social y brecha digital empezaron a sonar fuertemente en una pedagogía afectiva y efectiva que posibilite -al menos- (e idealmente que garantice) un aprendizaje de calidad de todos nuestros alumnos.
Por todo esto, la otra frase más escuchada: “este fue un año perdido”, no quedaría en vigencia ya que hemos aprendido, y ¡mucho! Alumnos más autónomos y responsables de su propio aprendizaje, una alianza más sólida entre familia y escuela, docentes que priorizaron el aprendizaje social y emocional de sus alumnos con efectivas propuestas pedagógicas y que se animaron a transformar la educación desde una virtualidad no elegida. Los educadores han desarrollado grandes habilidades de cooperación con sus colegas para poder todos juntos ser expertos en las múltiples herramientas que hace tan solo nueve meses ni sabían que existían.
Por supuesto todavía quedan retos por enfrentar como las aulas burbujas, las vacunas, la adecuación de los contenidos curriculares, etc. pero de algo ya no quedan dudas: “la inteligencia emocional es determinante en el aprendizaje y en el éxito académico” y “gracias a una mentalidad de crecimiento, podemos mejorar nuestras habilidades a través del entrenamiento y del esfuerzo”, si replicamos citas de referentes contemporáneos como Daniel Goleman y Carol Dweck respectivamente.
Alineada a estos supuestos, es importante que, desde cada uno de nuestros lugares, como balance y cierre, les hagamos llegar total admiración, respeto y felicitaciones, a cada uno de los miembros de las instituciones educativas y a las familias que sostuvieron desde sus hogares a los alumnos para adaptarse a esta nueva realidad y acompañaron en el trabajo de diversas situaciones para continuar, a pesar de todo, con la educación de sus hijos.
Seguramente este año se termina con grandes dosis de cansancio y agotamiento mental y en algunos casos, hasta ansiedad por recibir los resultados de exámenes internacionales. Pero sin dudas, el esfuerzo ha valido la pena: una vez más, los educadores no solo han ofrecido apoyo académico y contención emocional a sus alumnos y sus familias, sino que también han sido audaces para aprender y desarrollar nuevas competencias en un contexto inesperado y dinámico.
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