Monitor Sur/ John Carlin
Madrid, España, 13septiembre2015.-La energía de los fieles que votaron a favor del radical de izquierdas Jeremy Corbyn, el ganador en las elecciones para el nuevo líder del Partido Laborista británico, proviene de la indignación. Ninguno de sus tres rivales se declaró con más nitidez o fervor en contra de las políticas de austeridad del Gobierno del conservador David Cameron.
Ante el consenso en el establishment político, compartido por la gran mayoría de diputados parlamentarios laboristas, de que la victoria de Corbyn representa un suicidio colectivo para el partido, la explicación la dio un columnista de Financial Times. “Échenle la culpa a los banqueros”, escribió hace un par de días, anticipándose a la victoria de Corbyn. Es decir, desde que se desató la crisis económica global en 2008 las grandes masas han pagado el pato de la austeridad mientras las élites financieras se siguen enriqueciendo como si no hubiera pasado nada. El voto a favor de Corbyn fue un grito de rabia contra semejante injusticia más que una ponderada reacción a la derrota laborista en las elecciones generales de mayo.
La euforia de los simpatizantes de Corbyn, muchos de ellos jóvenes, cuando se anunció el resultado puede que haya sido superada por la de los dirigentes del partido conservador, que llevaban varias semanas frotándose las manos ante la creciente certeza de que con el barbudo radical de 66 años al mando del principal partido de oposición tenían garantizada la victoria en las siguientes elecciones generales.
Pero los conservadores harían bien, una vez pasada la juerga inicial, en tratar el fenómeno corbynista con cautela. El nuevo líder laborista, que nunca ha ocupado un puesto ministerial en sus 32 años como parlamentario, recuerda un poco al personaje que interpretó Peter Sellers en la película Bienvenido Mr Chance, un jardinero abstraído cuyas sencillas opiniones llegan a ser entendidas en Washington como ideas de una enorme profundidad política, con lo cual acaba siendo considerado como candidato a la presidencia de Estados Unidos. Pero la simple honestidad de Corbyn, la aparente ausencia de una calculada política mediática cuando se declara en contra de la guerra y a favor de la paz mundial, cuando establece como prioridad oponerse a todo recorte al estado de bienestar, cuando aboga por imponer más impuestos al gran capital: todo esto puede llegar a tener eco en un país en el que muchos de sus habitantes están hartos de la vieja forma de hacer política.
Lo más probable es que Corbyn no pueda imponer los cambios que propone y que se estrelle contra la misma dura realidad contra la que lo hizo Syriza en Grecia. Es posible incluso que llegue mucho menos lejos que el líder de Syriza, Alexis Tsipras, y no solo no llegue a gobernar sino que sea desbancado como líder de su partido antes de las elecciones generales. Pero mientras tanto, servirá la función, como Podemos en España, de sacudir al antiguo mundo político británico. A su manera, el viejo rockero de la izquierda Jeremy Corbyn ya ha propiciado una pequeña revolución.
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