Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO.- “Lo más humano que hizo Maradona fue morirse como una persona común y corriente”. Sentada bajo una imagen del Diego que cuelga en la pared amarilla, Romina me muestra en la pantalla de su celular una imagen poco común tomada por la mañana a las afueras de la Casa Rosada: en Argentina, dos hombres se abrazan sollozando, uno con la playera de Boca Juniors, otro con la de River Plate.
“Porque todo lo demás lo vivió como una vida diferente a cualquiera de nosotros, como un pseudo dios… con sus infiernos, con sus demonios, proezas, altezas”.
Romina es la dueña de “La Esquinita de Buenos Aires”, un restaurantito pintoresco ubicado en la calle de Quintana Roo 1, entre Baja California y Medellín, en la colonia Roma, que busca evocar al emblemático barrio porteño de la Boca en pleno corazón de la Ciudad de México.
El lugar está semivacío, la pandemia ha afectado las ventas y hay un aire de tristeza.
Ayer falleció Diego Armando Maradona, el ídolo futbolístico de los argentinos. Romina, quien es originaria de Villa Luro, en Buenos Aires, y emigró a México junto con su familia pocos meses antes de que estallara la crisis económica en el año 2001, porta orgullosa una playera albiceleste con el número 10 y sostiene frente a mí su nuevo platillo, una milanesa abundante con dos huevos estrellados y papas a la francesa, al que decidió llamar “La Mano de Dios”.
Aunque sus palabras son briosas y entusiastas, en ese lindero entre la pasión y el drama, tan característico de la gente de la capital argentina, sus ojos destellan inquietos delatando el llanto que quiere arrancársele del pecho.
Ayer murió Diego Armando Maradona, murió en el mundo, donde nació. Nuestra conversación es intermitente, ella va y viene, atendiendo a los comensales, con platos en la mano, casi todos con amplias milanesas, como la que dejó frente a mí. Regresa y hablamos, de muchas cosas, de Boca, de River, de la Bombonera, de la muerte de Juan Gabriel y de Chespirito, pero siempre, como un cohete que se apaga al empezar el vuelo, regresamos a lo mismo, a que falleció Diego Armando Maradona, que falleció ayer y que falleció en el mundo.
Contrastando con la oquedad de las calles vacías, al fondo, se escuchan graves, como coros gregorianos, unas palabras que el periodista uruguayo Eduardo Galeano dedicó en vida al Pibe de Oro. Después de un silencio, Romina, mirando la longitudinal milanesa con papas a la francesa y dos huevos estrellados, vuelve a hablar del Diego: “creo que esta milanesa honra eso, que Maradona tenía huevos y lo demostró en la cancha; y cuando le dijo al papa que con lo que tenían en el Vaticano podían comer miles y miles de personas que por qué no vendían las riquezas; y cuando se enfrentó a presidentes y cuando se enfrentó a figuras, él no tenía pelos en la lengua, entonces obviamente deja un vacío”.
Condensado en las palabras de Romina está el duelo del pueblo argentino, y aunque nadie la hace, una pregunta está en el aire ¿qué es lo que muere cuando muere Maradona?
Para muchos tuvo una vida polémica y reprochable, su simpatía con la Revolución Cubana y sus controversias con la FIFA y el vaticano, le ganaron en vida oposiciones ideológicas; sus excesos con la cocaína oposiciones morales, pero Maradona, como muchos otros héroes del continente también dibujados en las paredes del restaurante, parece estar condenado a no morir del todo.
Sus hazañas en vida, las rastreables y las que solo pueden verse a través de los ojos de la Fe en el balón, parecen tirar como cáscaras viejas las impurezas y los excesos que en vida pudo haber cometido, después de todo, el Pelusa también fue hijo del Hombre y así como la mitología védica no condena a Shiva por sus borracheras o, en el México antiguo, no se condenaban los excesos en placeres de las deidades que moraban su panteón; a los ojos del pueblo argentino, Maradona no se aparece como un cristo lejano, impoluto y redentor, sino como un héroe de barrio que por coraje y entrega alcanzó a vislumbrar más allá de lo humano rozando con sus dedos las cumbres celestiales.
“Me quedo con el recuerdo de agitar miles de veces la bandera argentina gritando Olé Olé Diego Diego, usando la camiseta del 10, todo lo que puedan decir de la persona y no del jugador, realmente no me interesa, si el comunismo, si las drogas, si lo malhablado, si sus hijos. Les guste o no Maradona se ha convertido en leyenda”.
Romina se levanta y va a atender a unos viejos clientes de este pequeño espacio bonaerense en la capital de México justo cuando comienza a sonar la canción “La Mano de Dios”, yo miro frente a mí la milanesa del mismo nombre y no puedo dejar de preguntarme ¿qué es lo que muere cuando muere el Diego? Lo cierto es que murió en el mundo, donde nació, aunque para muchos argentinos no queda claro si perteneció del todo a este.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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