Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Tercer set de un encuentro de primera ronda del torneo WTA de Bogotá. No hablamos de un challenger, no hablamos de un torneo ITF perdido en el calendario… Hablamos de un torneo WTA, reservado a las mejores profesionales del deporte. Se enfrentan la australiana Astra Sharma y la italiana Giulia Gatto-Morricone. En principio, Gatto-Morricone está más experimentada y es mejor jugadora sobre tierra batida pero las cosas se le empiezan a complicar: con 1-1 en la manga definitiva, Sharma gana los dos primeros puntos sobre el servicio de la italiana, lo que la coloca arriba 0-30. También gana el tercero, es decir, se gana tres puntos de break, tal y como indica la realización televisiva del torneo. Sin embargo, el juez de silla decide que no, que van 30-15 y así lo dice bien alto, en castellano y en inglés.
Astra Sharma no mueve un músculo y se prepara para restar el siguiente punto, que pierde. 15-40… o, según el juez de silla, 40-15. Aquí llega la parte en la que la puntuación se empieza a decir solo en español, un idioma no demasiado ajeno para una italiana pero algo más para una australiana. La siguiente bola de Gatto-Morricone se va larga y ella sabe que ha perdido el juego igual que Sharma sabe que lo ha ganado. Las dos preparan su camino a sus respectivas sillas de descanso cuando el juez de silla anuncia tan tranquilo: 40-30. Sharma no entiende nada, pero, según su confesión posterior, entendió que era 30-40 en su favor y que igual se había despistado en un punto. La italiana se calla. A caballo regalado, mejor no mirarle el diente. Gana el siguiente punto, que nunca debió de haberse jugado y el juez de silla le da el juego.
Ahí es cuando reacciona Sharma. Es imposible, en sus palabras, que hubiera perdido cuatro puntos. Imposible. Recordemos que había perdido dos y ganado cuatro en realidad. Se lo explica al juez de silla, que le dice que igual él no recuerda bien la puntuación, pero que como ella tampoco la recuerda con exactitud, qué se le va a hacer. Gatto-Morricone, competidora vergonzosa, le explica que ha fallado un par de reveses al resto, que igual no se acuerda… más que nada porque no existieron. Desesperada y confundida, la australiana llama al supervisor de la WTA, que, en vez de investigar, ver lo que ha pasado, amonestar al juez de silla, pedir disculpas, lo que sea… le riñe. No es conocida y es mujer. Las mujeres, ya se sabe, si es que tenéis que estar más atentas, le viene a decir. “No te centres tanto en tu tenis y presta atención al marcador”, como si esto fuera una partida de ping-pong en casa de los primos.
Para mí, el escándalo está ahí. Por supuesto, es terrible que un juez de silla decida inventarse la puntuación de un juego de un partido profesional, pero se supone que el deporte establece contrapesos para evitar estos desmanes. Que el supervisor eche la bronca a la jugadora afectada es una actitud como mínimo paternalista. Siendo estrictos, es de un machismo rampante. ¿Alguien se imagina que eso le pasa a un jugador masculino y el partido sigue como si nada y encima se lleva regañina? No, ¿verdad? De hecho, al día siguiente, en el Challenger ATP de Split se vivió la situación contraria: la juez de silla era una mujer, los rivales eran hombres. Ante una decisión dudosa, un bote sobre arcilla que no se veía bien, el esloveno Blaz Kavcic pidió que viniera el supervisor (un hombre, por supuesto) del torneo y empezó a gritar “Eres la peor juez de silla que he visto en mi vida”. A los pocos minutos, se sumó su rival, Mikael Ymer a las críticas. La chica ahí estaba, arriba del todo pero humillada, capeando el temporal para no ofender a nadie.
En resumen, si a una jugadora le esquilman un juego (Sharma acabó perdiendo 6-1 ese set y es probable que lo hubiera perdido de igual modo) es que es una despistada poco profesional que va solo a lo suyo (jugar al tenis). Si una juez de silla recibe críticas voraces y continuas por parte de dos jugadores, instintivamente opta por callarse y ni siquiera amonestar. Mejor no significarse y no perder nuevas oportunidades en el futuro. Puede que, efectivamente, sean lances del juego y tengamos todos la piel muy sensible, pero me cuesta verlo al revés. Me cuesta ver a una tenista hablar así a un juez de silla hombre (Serena Williams fue descalificada de un US Open por amenazar con ahogar con su raqueta a una jueza de línea, pero en ese caso fuera mujer) y desde luego me cuesta ver a un tenista siendo amonestado por llevar razón ante tamaño robo.
Lo sucedido en Bogotá fue un escándalo deportivo y ahí se ha quedado la mayoría de la prensa que lo ha recogido. En mi opinión, es algo más. Es un “estáis más guapas con la boquita cerrada” de libro. Lejos quedan los días en los que Richard Krajicek, por entonces flamante ganador de Wimbledon, decía que las tenistas de su época eran “unas gordas que no se merecían ganar lo mismo que nosotros” (hablamos de Steffi Graf, Monica Seles, Martina Hingis, Arantxa Sánchez-Vicario…), pero no queda tan lejos el prejuicio machista. El tenis femenino es lo que lleva más de una década salvando las audiencias y el interés por el tenis en Estados Unidos y estaremos de acuerdo en que el mercado estadounidense no es cualquier mercado. Krajicek, por cierto, aun retirado hace años, sigue en la ATP como director del torneo de Rotterdam. Un ATP 500, ni más ni menos. Así se premian determinadas conductas.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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