México, D. F., 4 de marzo de 2015 (Círculo Digital).- Eduardo Medina Mora asumió la dirección del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de la mano de Vicente Fox.
Sin experiencia ni credenciales en el mundo de la inteligencia de Estado, Medina tomó el timón de un organismo que le había apostado a la guerra sucia y había filtrado documentos que calumniaban al guanajuatense en plena campaña electoral.
Una de las prioridades de Medina Mora fue saldar cuentas con los jerarcas del espionaje mexicano. Someterlos, arrebatarles el poder que habían acumulado durante la última década antes de la alternancia en 2000.
Para el nuevo régimen emanado del PAN, Medina Mora sería el gran deconstructor de una institución que tradicionalmente se encargaba de espiar a los opositores. Así lo hizo. Durante los siguientes meses el neófito espía se dedicó a vulnerar la estructura operativa de inteligencia. Recortó presupuestos, despidió a viejos directivos y canceló operaciones de campo de agentes encubiertos. Luego dijo a la prensa que el Cisen era un chiste, que su información era irrelevante y que había que reorganizar el organismo de inteligencia para que estuviera a la altura de un sistema democrático.
Pero algo pasó con Eduardo Medina Mora luego de haber desmantelado al Centro neurálgico del espionaje mexicano. Aprendió rápido el oficio de tinieblas que había prometido destruir. Se sumergió sin pudor en las aguas turbias del espionaje. Probó la magia de los veteranos espías que habitaban en Magdalena Contreras. Supo de secretos, de información privilegiada y cayó en la trampa en la que caen todos los que pasan por ahí.
Para Medina Mora ya no había vuelta atrás. Se había transformado. Había pasado de ser un empresario de poca monta a ser un hombre del sistema. Pero aún más, del sistema de inteligencia del Estado mexicano, esa especie de secta metafísica de la seguridad nacional que todo lo ve, todo lo escucha y, dicen, todo lo sabe. Para entonces, Eduardo Medina Mora era un iniciado. Un poderoso funcionario con información de inteligencia y un ejército de espías y analistas trabajando para su causa: las relaciones públicas de alto nivel.
Además de las sospechas por tráfico de información de inteligencia con la empresa Carlyle, un millonario fondo de inversión estadounidense con intereses en los sectores de inteligencia y Defensa, Medina Mora inició un peligroso camino que lo convertiría en uno de los más fieles peones de los servicios de inteligencia norteamericanos.
Eduardo Medina Mora transitó del Cisen a la Secretaría de Seguridad Pública federal luego de la muerte de Ramón Martín Huerta en 2005. Para entonces, la cercanía con los servicios de inteligencia norteamericanos ya era estrecha. La CIA lo convirtió en uno de sus hombres favoritos en México desde su estancia en el Cisen, y en la Secretaría de Seguridad Pública entró en contacto con la DEA y sus operaciones antinarcóticos. Tal fue la cercanía de Medina con las agencias estadounidenses, que el funcionario no tuvo empacho en venderle al nuevo gobierno de Felipe Calderón en 2006 la estrategia de exterminio que la agencia antidrogas planeaba para México.
En octubre de ese año, Medina Mora recibió en Cuernavaca a la administradora general de la DEA, Karen Tandy, junto a Genaro García Luna, entonces director de la Agencia Federal de Investigación. Tandy iba acompañada de David Gaddis, el entonces director regional para América del Norte y Centroamérica de la agencia antidrogas y uno de los principales operadores del Plan Colombia. Medina escuchó a Gaddis hablar sobre cárteles y operaciones para cazarlos. Era un plan de guerra y de “daños colaterales”. De muerte y destrucción de culpables e inocentes.
No fue difícil convencer a Medina Mora de la necesidad de una cacería de narcotraficantes. Para entonces el funcionario ya mostraba su fidelidad con las agendas de inteligencia de los norteamericanos. Había sido reclutado desde hacía años y ahora tenía que convencer a un presidente de ir a la guerra en su propio país. Calderón aceptó sin reservas una estrategia condenada al fracaso. Se envolvió en un uniforme militar y emprendió las primeras batallas que llevarían a México a la desolación y la violencia. Medina Mora fue nombrado procurador y la DEA no requirió de permisos especiales para operar en territorio nacional. Ni la DEA, ni la CIA ni los comandos de fuerzas especiales del Pentágono. México se convirtió en un enorme campo de operaciones bélicas.
A finales de 2009, cuando la guerra contra los capos de las drogas se revelaba como un rotundo fracaso, Eduardo Medina Mora renunció a la PGR y se refugió en la embajada de México en Londres. Tres años después, sus viejos amigos lo reclamaron e influyeron para que el nuevo presidente lo nombrara embajador en Washington.
Para la clase política fue una sorpresa que Enrique Peña Nieto haya propuesto en 2013 a Medina como embajador en Estados Unidos. No así para la comunidad de inteligencia. Medina Mora era un activo de los norteamericanos, y como tal lo reclamaron. Dos años después Eduardo Medina Mora vuelve a causar controversia.
Y la pregunta que muchos se hacen no es por qué lo quiere Enrique Peña Nieto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sino por qué lo quieren los servicios de inteligencia norteamericanos como ministro. (Con información de reportemedia.com)
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