Agencias
Moscú, Rusia, 13 abril 2017.-El encuentro en esta capital del secretario norteamericano de Estado, Rex Tillerson, y el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, pareció dejar la confrontación bilateral en el mismo lugar, con poco margen para el acercamiento.
A juzgar por el ambiente en la conferencia de prensa conjunta de ambos diplomáticos, los temas de coincidencia o abiertos para la cooperación fueron bien escasos: terrorismo, solución pacífica de situación en Siria y Ucrania, así como continuar el acercamiento.
La visita de Tillerson en un inicio se planificó como la puerta para abrir, finalmente, un camino hacia un cambio radical en la política de la administración de Donald Trump, a diferencia de la debacle en los nexos vivida durante el equipo de Barack Obama.
Pero el ataque del Pentágono, el pasado viernes, contra la base siria de Al Sheirat, en Homs, con el argumento de castigar a Damasco por un supuesto bombardeo con armas químicas en la provincia de Idlib, cambió totalmente el tema y el tono de las conversaciones.
Algunas analistas consideran que la provocación de Washington, en un ataque con argumentos dudosos, contra una nación soberana y en violación del derecho internacional, es vista como un intento de llegar a las pláticas desde una posición de fuerza.
Pero la reacción de Moscú fue inmediata. El presidente ruso, Vladimir Putin, condenó la agresión y criticó a los socios de Estados Unidos en la Organización del Tratado del Atlántico Norte por apoyar a ciegas una acción de la que ni siquiera conocen todos los detalles.
De hecho, en las conversaciones, Lavrov reiteró la exigencia de realizar una pesquisa internacional, imparcial, minuciosa y profesional de lo ocurrido en Jan-Sheijon, en Idlib.
Putin esbozó dos versiones: un posible bombardeo de la aviación siria contra una fábrica de bombas caseras dotadas de sustancias tóxicas o un montaje de los llamados Cascos Blancos para justificar una agresión.
Moscú aseguró, además, que la agresión solo favorecía a los terroristas como el Estado Islámico (EI) y el Frente Al Nusra. Pedir a Moscú la suspensión del apoyo al gobierno del presidente Bashar Al Assad es igual a demandar el fin de la lucha antiterrorista.
Pero Tillerson mantuvo la retórica de la Casa Blanca sobre el fin de la era de Al Assad y la necesidad de castigarlo por supuestamente atentar con químicos contra su pueblo.
A propósito de esa acusación, expertos recordaron aquí que fueron los europeos y los estadounidenses quienes en la década de 1980 suministraron armas químicas al entonces presidente iraquí, Saddama Hussein, durante la guerra con Irán.
Tampoco hubo cambios respecto a lo que sucedía en tiempos de Obama en el tema de las acusaciones contra Rusia por el presunto uso de hackers para interferir el sistema electoral norteamericano.
Ello ocurre pese a que la acusación se refiere a un supuesto manejo del ambiente político en Estados Unidos para favorecer a Trump.
Tampoco se habló nada sobre una posible intención de Washington de levantar sanciones impuestas a Rusia por la posición que asumió de rechazo al golpe de estado en Kiev en 2014, apoyo a la independencia de Crimea y a la causa de la población sublevada en Donetsk y Lugansk.
Los acercamientos se expresaron de manera general en la necesidad de combatir al terrorismo, aunque Lavrov aclaró que era necesario eliminar tanto al EI como a Al Nusra, pues Washington parece preservar a este último como fuerza alternativa para derrocar a Al Assad.
Otra coincidencia fue la necesidad de que todas las partes cumplan el acuerdo de Minsk sobre una salida pacífica a la crisis ucraniana y el consenso para delegar en un grupo de expertos el análisis de los asuntos incómodos para los nexos bilaterales, objetivos y subjetivos.
En el tema de la península coreana, aunque ambos diplomáticos se refirieron a la necesidad de evitar una confrontación en esa región, Trump ayudó poco a rebajar la tensión al enviar un mensaje a Pyongyang de que Estados Unidos además de portaaviones tiene submarinos.
La frase se refiere al envío del grupo de batalla del portaaviones Carl Vinson a la península coreana. Dice Tillerson que es una estancia de rutina, pero a estas alturas pocos le pueden creer.
El encuentro de Tillerson con Lavrov y también con Putin sirvió más bien para confirmar la existencia aún de diferencias irreconciliables y de poco margen para acercar posiciones de las que depende la seguridad global. (Con información de Prensa Latina).
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