En verdad, en verdad os digo que ayer, ante millones de ojos peregrinos que buscaban consuelo y amparo del polvo enceguecedor, el Hijo del carpintero y de María, por Pilatos llamado de los Judíos el Rey, recibió en el madero la más afrentosa de las muertes –la lenta agonía del clavo que desangra y desazona-, pero aquesta vez agobiado por el peso de su carga (99 kilos de roble) y sofocado por la tierra que le emporquecía los pulmonares alveolos, desmayó, de roja anilina cubierto, en las faldas del cerro de Iztapalapa, a las 17:23 del Viernes Santo, y hubo de ser bajado de la cruz, para caer al poco tiempo en manos de otra, la Cruz Roja, que lo condujo en ambulancia, con presteza y celeridad, al año 1979 de la Era en curso…
Jaime Avilés
“Iztapalapa, otra vez”, Unomásuno, 14 de abril de 1979.
Crónica que fue incluido en la antología de la crónica en México, “A ustedes les consta” (Era), de Carlos Monsiváis, donde narra el Viacrucis en Iztapalapa.
Juan Balboa
Trabajaba en Jueves de Excélsior como “echador” de tinta a las máquinas de impresión y “buscador” de fotografías, puesto que años antes me había ofrecido don José Ortiz – padre del actual abogado de La Jornada del mismo nombre-, en lo que era una inmensa bodega con miles de fotos.
Sentado en la inmensa bodega donde se guardaban las fotografías de toda la historia del periódico Excélsior leí la crónica de Jaime Avilés. La entrada (el famoso lead) me impactó, me sedujo, diría que me embobo. No niego que la leí varias veces. Así conocí de la existencia de Jaime Avilés, así me enamoré de su trabajo que seguía con lujuria de lector.
Nunca me imaginé que tres años después trabajaría como corresponsal en la frontera sur en el mismo periódico en donde él escribía sus crónicas que me cautivaban: UnomásUno.
Conviví con Jaime en varias partes: en Chiapas, Centroamérica, la Ciudad de México y La Habana, por nombrar algunos lugares.
Hace doce años compartimos una de las mesas de los reporteros en la sala de redacción de La Jornada, periódico que quiso y amó, pero nunca le dieron la oportunidad de ser socio de la empresa que lo edita: Demos, Desarrollo de Medios, S. A. de C. V.
La última vez que lo vi fue en la presentación del libro del fotógrafo Pedro Valtierra -su gran amigo, cuasi hermano- titulado Mirada y Testimonio, hace como cuatro años. Jaime y Pedro junto con Carmen Lira, actual directora de La Jornada, formaron el segundo grupo de periodistas de UnomásUno enviados a cubrir la guerra popular en Nicaragua. El primer grupo lo formó el chiapaneco Marco Aurelio Carballo y la fotógrafa Matha Zatak.
La presentación del libro de Pedro Valtierra fue una cascada de recuerdos de los dos -Jaime y Pedro- sobre la cubertura que hicieron de la guerra en Nicaragua en 1979. Las anécdotas, muchas de ellas chuscas, hicieron amena la presentación. Jaime no paraba de platicar las anécdotas de Nicaragua, que fueron muchas, y le preguntaba a Pedro, de vez en vez, si le faltaba alguna de las anécdotas que vivieron.
Fue una gran tarde, amena, sabrosa, escuchando a Jaime casi como escribía y embriagado de felicidad por estar con su gran amigo Pedro Valtierra.
Seguí la lucha de Jaime contra el cáncer, realmente me admiraba su valentía. Creo que fue uno de sus grandes dolores en la vida, lo enfrentó con serenidad.
Conozco otro de sus grandes dolores, este no físico, sino moral, personal. Un sufrimiento que también enfrentó con la cabeza erguida. Me refiero al hostigamiento que sufrió en la redacción de La Jornada para obligarlo a renunciar. Le hicieron de todo. No diré más, juzgue usted. Transcribo a continuación el texto de la renuncia de Jaime Avilés al periódico La Jornada, su casa de la cual lo corrieron. El texto es un resumen de lo que sigue pasando en el periódico que él ayudó a construir.
Jaime Avilés: Carta a los lectores de La Jornada
Durante la campaña electoral de 2006 obtuve, antes que saliera al aire, el espot del PAN que Felipe Calderón preparó para fanfarronear con que sería “el presidente del empleo”. El número dos, en la cadena de mando de La Jornada, se negó a publicarlo. Conseguí luego una entrevista con una estudiante de posgrado, indignada porque su director de tesis, un cuñado de Calderón, le había plagiado su trabajo para presentarlo a un concurso del que ganó un premio, pero sudé tinta para lograr que mi reportaje sobre el asunto fuera impreso.
Tras el fraude que sentaría al pernicioso hombrecito michoacano en los pináculos del poder, cuando apenas se gestaba el plantón en el Zócalo, llevé a La Jornada no pocas evidencias del cochinero calderónico, mismas que, para mi asombro, se perdieron en las páginas intermedias como si fueran notas de relleno. El responsable de este tratamiento que minimizó información de gran relevancia en circunstancias críticas fue también el número dos en la cadena de mando, con quien opté por romper toda forma de contacto.
En represalia, a lo largo del sexenio que agoniza, sufrí una suerte de boicot y acoso permanentes –aunque lo mío es la crónica, poco a poco me fueron quitando la oportunidad de publicar textos de ese género, mientras los orejas del encomendero gachupín susurraban a mi alrededor como abejorros–, pero aguanté para no caer en provocaciones y muchas veces conté con la ayuda de gente más lista que yo para no meter la pata a causa de la furia.
Cualquier esfuerzo en este sentido era indispensable, pues de lo que se trataba era de llegar a la contienda electoral del primero de julio, la última oportunidad de nuestra generación para acabar con la narcodictadura del neoliberalismo. Por eso, cuando mi Desfiladero del 19 de mayo fue censurado, en un contexto de notorio favoritismo a Peña Nieto y Vázquez Mota –adobado por los cartones de Magú, enfermos de odio hacia AMLO– me dije: hasta aquí llegamos y, entusiasmado con la rebelión de #Y0Soy132 y su exigencia de democratizar los medios, dejé de ser escritor de La Jornada para convertirme en uno más de sus lectores.
Hoy proclamo que los lectores de La Jornada tenemos un deber moral y éste es el de cuidar y preservar a nuestro periódico, tanto de sus enemigos internos –los oportunistas de derecha que llevan años esperando la ocasión de convertirlo en un medio “amigable” a la olinarquía, soñando con que a cambio los invitarán a formar parte del panel de Tercer Grado– como de las fuerzas políticas más tenebrosas –el sionismo de Letras Libres y los restauradores del virreinato español en México– que presionaron a la Suprema Corte para que nos tachara de “cómplices de terrorismo con ETA”, la acusación más estúpida, irresponsable y calumniosa que se les pudo ocurrir, pero que todos los que defendimos una línea editorial contraria a Repsol, Iberdrola, Meliá, el PP, el PSOE, El País y etcéteras, nos ganamos a pulso, alentados por el tesón de nuestra directora, doña Carmen Lira Saade, que combatió en los tribunales hasta la última instancia, con dignidad ejemplar.
Hoy por hoy, ante un paisaje sombrío, donde el viento barre las flores secas de las tumbas donde yacen decenas de periodistas asesinados en medio de la catástrofe calderónica, Lydia Cacho está fuera del país por sus denuncias contra los pederastas, Sanjuana Martínez fue encarcelada en Monterrey bajo un pretexto fútil que mal disimula los deseos de venganza de las “fuerzas del orden” que ha puesto en evidencia, John M Ackerman salió de MVS en parte debido a que fue promotor de la acusación penal contra Calderón en el Tribunal Internacional de La Haya, Carmen Aristegui se vio obligada a bajarle el volumen a sus investigaciones acerca del PRImen organizado y Jaime Avilés se separó de La Jornada por una tontería.
Chistosita que es la vida, en lo que no deja de ser una burla del destino, a este grupo de periodistas incómodos en desgracia, se sumó, de chiripa, uno de los levantacejas más abyectos que hay en el país: el emético Pedrito Ferriz, que fue echado de una gran cadena radiofónica por órdenes de Peña Nieto.
Cuidar a La Jornada, preservarla como el único diario mexicano cuya sola existencia ha impedido que México sea peor –imaginen, por ejemplo, qué habría sido de la resistencia civil pacífica en 2007 y 2008, cuando el resto de los medios linchaba a los simpatizantes de AMLO, o traten de suponer con cuánta facilidad se habría privatizado Pemex si la derecha no se hubiera topado con la firmeza de nuestro periódico–, garantizarle una vida fecunda en el futuro inmediato, es, pues, lo reitero, una obligación de sus lectores.
La Jornada, a su vez, debe reconocer que hoy por hoy se encuentra en deuda con ellos. Pido disculpas a los cientos de personas que mediante cartas a mi correo electrónico me preguntaron con insistencia por qué dejé de escribir en ese diario. Mi silencio se debió a que traté de arreglar los estropicios cometidos (véase el Desfiladerito de ayer), pero todo fue en vano debido a que el número dos en la cadena de mando, aprovechando las ventajas que le regalé en la disputa, se montó en su macho: “Si Jaime regresa, yo renuncio”. Y el que renunció el 3 de agosto fui yo. Ni hablar. Tan tan.
Encantado de pertenecer al equipo de escritores y reporteros de Fuentes Fidedignas, hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, por si ocupan.
Jaime Avilés
15 agosto 2012.
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