Agencias / MonitorSur, XALAPA, Veracruz .- ¿Recuerdan ustedes que hubo un tiempo – y no hace tanto tampoco – en que, en lugar de andar promoviendo pseudociencia y vendiendo velas con genuino olor a sus partes íntima, Gwyneth Paltrow era actriz?
Es más, no solo era actriz: ¡era una buena actriz! ¡En algunos casos estupenda! (si creen que exagero, basta que vean su trabajo realmente memorable como Marge Sherwood en ‘The Talented Mister Ripley’, en la comedia romántica de ciencia ficción ‘Sliding Doors’, la sublime ‘The Royal Tenenbaums’ y vean su impecable e intensa interpretación como la poeta suicida Sylvia Plath) ¡Hasta ganó un Oscar! (Ok, ok, no a todo mundo le gustó ‘Shakespeare in love’ y puede que esté algo sobrevalorada, pero whatever, Gwyneth tiene un Oscar y nosotros no).
Y es que el otro día, Gwyneth dijo en un famoso programa de radio por satélite que había varias razones por las que había ido perdiendo el interés en actuar (hello? Bueno, lo que hace para el universo Marvel no es actuar, pero semánticamente, cuenta), entre ellas haber trabajado con el nefasto y perverso Harvey Weinstein. Así lo dijo. Está grabado.
Pero… reality check, Gwyn! – soltaste una mentira que te deja expuesta… te conozco, bacalao, aunque vengas disfrazao.
Cuando estalló el escándalo en noviembre de 2017 al revelar el New York Times que actrices como Ashley Judd, Asia Argento y Rose McGowan (tres nombres en una larga lista de mujeres que incluye a Mira Sorvino, Uma Thurman, Andie MacDowell y decenas más) habían sido acosadas y en algunos casos abusadas sexualmente por el fundador de Miramax, Gwyneth, quien entre 1995 y 1999 realizó varios filmes distribuidos o financiados parcialmente por el estudio independiente, aseguró que ella también había tenido su “historia de horror” con el hombre al que llamó públicamente y más de una vez ‘Tío Harvey’.
Dijo que la había “hecho sentir incómoda” con “insinuaciones muy subidas de tono” en 1995, cuando estaban promoviendo ‘Emma’, la simpática adaptación de la popular novela de Jane Austen que protagonizó.
Después aclaró que le contó todo a su entonces prometido, Brad Pitt, y que éste le cantó su precio a Weinstein, diciéndole que si volvía a faltarle a la rubia y espigada Paltrow, él personalmente le partiría la cara… ¡y santo remedio! Después de esto, Gwyneth se mantuvo calladita y muy guapa durante años; ganó un Oscar llorando copiosamente, ataviada en un vestido de fiesta en rosa pastel diseñado por Ralph Lauren, agradeció entre otros al hombre que la acosó y fue, por media década, la media darling de Miramax.
Esto, claro, sin mencionar nunca nada de lo sucedido.
Nada. No dijo nada. Aún cuando escalofriantes rumores se volvían realidad. Ni pío. Solo era ir a Cannes, a Sundance, a las galas del Oscar, y agitar la mano y sonreír como si fuera una Prom Queen. Convenientemente preterizando lo que, en otra década, pudo arruinar una glamurosa carrera, pero también hubiera sido una alerta roja que habría evitado muchas tragedias personales a otras actrices y mujeres relacionadas con el magnate.
Ahora bien, no se trata de que Gwyneth fuera la única que se hiciera la desentendida en la época de mayor auge del predador sexual que siempre fue Weinstein. Es comprensible que tanto ella como muchas otras actrices de su generación en ese momento, guardaran silencio, amenazadas con perder su trabajo, aterrorizadas por un mundo prevalentemente masculino como lo es (aún hoy) Hollywood.
Pero lo que sí amerita que se le jalen las orejas a Gwyneth es no solo mentir (¡y con esa frescura tan singular!), sino el hecho irrefutable (no hay excusa) de tratar de curarse en salud y quedar bien saltando al tren del movimiento #MeToo cuando lo suyo, si bien no deja de ser grave, no se compara con algunas otras historias que destrozaron a las mujeres que las vivieron, por haberse atrevido a romper el silencio, mientras fingía que entre ella y ‘Tío Harvey’ todo fresh.
Decir ahora que por eso es que se desencantó de la actuación…
Lo cierto es que, más allá de esta vergonzosa mentira y mancha en su consciencia, y antes de volverse gurú del lifestyle con la pesada revista digital GOOP (no hablemos de la pésima decisión de acrónimo en inglés para el título, damas y caballeros), Gwyneth fue una actriz que trabajaba bien y que se ganó su lugar, ya que empezó desde abajo.
No es – ni nunca fue, siendo honestos – tan luminosa como su santa madre, la eximia Blythe Danner; pero en todo caso, estamos hablando de una de las mejores actrices que dio su generación, que se dio el lujo de prescindir prácticamente del cine en su juventud para hacer teatro (Tennessee Williams le escribió una obra) y criar dos hijos lejos de los reflectores, y que, no importa lo breve o extensa que sea su aparición en una película o serie de TV, deja huella perfectamente memorable.
Sin embargo, la manzana nunca cae demasiado lejos del árbol y Gwyneth se fue haciendo un camino cuando era una joven. Audicionaba como todas las actrices de su generación (Heather Graham, Naomi Watts, Jennifer Ehle, Jennifer Connelly, su ex BFF Winona Ryder, etc.) y aunque no cualquiera debuta con un papel minúsculo en una superproducción de Steven Spielberg –amigo de sus padres y (¡adivinaron!) a quien ella llama ‘Tío Steven’ –, puede decirse que básicamente las decisiones principales de su carrera las tomó ella y se abrió paso, sin abusar de las influencias de Miss Danner o Bruce Paltrow (su padre, al que adoraba y murió de cáncer en 2002).
Fue así que la vimos en ‘Se7en’ de David Fincher, como la dulce y sensible esposa de un detective que quiere ser rudo (Pitt), que se gana la admiración y amistad del detective sabio y experimentado (Morgan Freeman), pero que lamentablemente acaba ya saben cómo, en una caja de FedEx.
También como la sofisticada novia suspicaz de Jude Law en ‘The Talented Mister Ripley’, en la que hace un tour-de-force: pasa de tierna sentimental a vengadora a la que todos tachan de histérica (algunos grandes momentos en escena tiene ahí); o como las dos versiones de una inglesita buena onda que pudo cambiar su vida si tan solo hubiera tomado el metro a tiempo.
Mención aparte merece su espectacular trabajo en el elenco de lujo del clásico instantáneo de Wes Anderson ‘The Royal Tenenbaums’ en que era la chic-pero-deprimida Margot, un personaje que se volvió icónico y le trajo algunas de las mejores reseñas de su carrera.
Claro que también tiene películas espantosas que ella misma desearía olvidar (aquella cosa horrenda de los hermanos Farrelly en la que usaba una botarga de obesa mórbida, una película dizque de terror con Jessica Lange que era un refrito pirata de ‘Rosemary’s Baby’ o la repelente película acerca de los romances alegres de unas sobrecargo de aerolínea comercial que ni Mark Ruffalo o la formidable Candice Bergen pudieron salvar de ser un desperdicio total). Pero si analizamos su score de bateo, como en las grandes ligas, su promedio no es tan malo: su trabajo como Sylvia Plath en ‘Sylvia’ (hace ya 15 años) fue sencillamente monumental.
El personaje de la poetisa estadounidense que se suicidó antes de lograr el reconocimiento en 1963, a los 30 años de edad, es muy difícil, porque es virtualmente imposible tener empatía con alguien tan complicado, tan violento, tan volátil y también tan vulnerable, y hermoso (y no solo me refiero a lo físico). Como Plath, la Paltrow literal y metafóricamente se soltó el pelo y dio lo que es, ahora más claro que nunca, la mejor interpretación de su carrera: intensa, controlada, enfática y descarnada, dolorosamente humana, todo al mismo tiempo.
Así que… ¿qué pasó, Miss Paltrow? ‘Sylvia’ fue muchos años después de terminar su colaboración con Miramax. ¿Entonces? ¿Dónde quedó la actriz que no tuvo miedo a lanzarse al vacío para crecer, que literalmente se desnudó por dentro y por fuera ante la lente del cinefotógrafo Emmanuel Lubezki, bajo la dirección del mexicano Alfonso Cuarón en ‘Grandes esperanzas’?
La verdad es que, en algún punto, la niña mimada y estirada que Gwyneth siempre mantuvo al margen de su persona pública – en entrevistas y ruedas de prensa, así como con los fans, en los años de apogeo de su carrera cinematográfica, siempre se mostraba sencilla, inteligente, elocuente y (quelle surprise!) empática; hoy, esa imagen ha desaparecido casi por completo – salió de su crisálida y se convirtió en su nueva imagen pública.
Ahora pareciera que de lo único que la señora de marras puede hablar son cosas que únicamente tienen interés para las personas pertenecientes al 1% que son la audiencia a la que se dirige (trate de decir esto en voz alta sin reírse, ande) GOOP.
Porque hay que ver lo que recomienda: ¿Un huevo que vaporiza la labia? ¿Un dildo de 25,000 dólares bañado en oro? ¿Separación concienzuda (el término que usó cuando se separó de Chris Martin, su primer marido)? ¿Una vela con olor a (Dios nos valga) su propia vagina que se vendía por 75 dólares y se agotó en una hora? Pues sí. Eso es lo que Gwyneth ahora vende. Entre otras excentricidades que suenan estrafalarias y que posiblemente han provocado que la honorable Miss Danner se pregunte en privado cómo es que esta es la niña que ella educó.
La verdad parece ser que, simplemente (y esto, en sí no es reproche, a cualquiera le pasa), a Gwyneth lo que la apartó de su carrera de actuación – porque, repito, sus apariciones Marvel pagarán una fortuna, sobre todo si cambia un sueldo por puntos de taquilla, pero eso no es actuar – fue la pereza. Pura y simple.
Uno supone que no es sencillo ser madre de dos adolescentes con nombres polémicos, tener un nuevo matrimonio al que quiere dedicar tiempo, recomendar toda clase de pseudociencia disfrazada de cosmética o bienestar; practicar la cocina hipersana y opinar sobre las carreras de otras personas o echar mentiras sobre la propia, como para realmente hacer un esfuerzo y volver a ser la actriz que antes fue, y que dejó pruebas ontológicas de ello.
En fin. Esa es la prueba de que lo dicho por Gwyneth en el programa de Andy Cohen, es falso. Y tomar como pretexto algo así es simplemente una vergüenza. Shame on you, honey.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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