Agencias / MonitorSur / MARSELLA, Francia .- Son las dos de la tarde en la unidad de cuidados intensivos del hospital La Timone de Marsella y el doctor Julien Carvelli está llamando por teléfono a familias golpeadas por la segunda ola de contagios del coronavirus para darles noticias acerca de sus hijos, esposos y esposas. Las UCIs de Francia están funcionando al 95% de su capacidad desde hace diez días y Carvelli realiza al menos ocho de estas difíciles llamadas diarias.
Esta segunda ola está llevando a las UCIs más gente que la primera en Marsella y muchas personas llegan en estado más grave. Carvelli le dice a un hombre que probablemente haya que inducirle un coma a su hijo.
“Por ahora resiste. Pero debo decirle que el estado de sus vías respiratorias es alarmante”, le informa el médico. Se produce una larga pausa. Del otro lado, el padre del muchacho le dice: “Entiendo. Haga lo que pueda”.
En Francia se decretó un segundo confinamiento hace dos semanas. Periodistas de la Associated Press pasaron 24 horas en la UCI de La Timone, el hospital más grande del sur de Francia, al que le cuesta mantener camas libres para los pacientes que siguen llegando.
Médicos y enfermeras se dicen a sí mismos y a los demás que hay que resistir un poco más. Las estadísticas del gobierno indican que la segunda ola podría haber llegado a su pico y las hospitalizaciones disminuyeron el fin de semana pasado por primera vez desde septiembre.
Pero el personal médico expresa frustración de que el gobierno no haya hecho más para prepararse para la segunda ola. Y mientras que médicos y enfermeras fueron considerados verdaderos héroes al principio, eso ha cambiado.
“Antes nos aplaudían todas las noches. Ahora nos dicen que simplemente hacemos nuestro trabajo”, declaró Chloe Gascón, enfermera de 23 años.
Marsella está abrumada por el virus desde septiembre. Este puerto sobre el Mediterráneo no la pasó tan mal en la primavera pasada, pero ahora el virus se está ensañando con la ciudad a medida que bajan las temperaturas. Los bares y los restaurantes cerraron el 27 de septiembre, más de un mes antes de que se dispusiese su cierre en todo el país. Pero eso no fue suficiente.
Una década de recortes presupuestario dejó a Francia con la mitad de camas de UCIs este año, cuando más las necesitó. Cuando se puso fin al primer confinamiento, el 11 de mayo, Francia había registrado más de 26.000 muertes por el COVID-19 y el gobierno se comprometió a aprovechar el verano, en que se suponía los contagios debían bajar, para agregar camas y capacitar más personal médico.
Ese era el momento de actuar, cuando las infecciones bajaban, dijo Stephen Griffin, virólogo de la Universidad de Leeds.
“El virus seguía latente” y era previsible que volviese con fuerza, manifestó.
Pero recién a principios del otoño se empezó a trabajar en la UCI de La Timone, que todavía tiene cables expuestos y barreras de conglomerado sostenidas con cinta adhesiva. Los refuerzos prometidos llegan con cuentagotas y la capacitación es improvisada, según Paulina Reynier.
Es apenas su segundo turno como refuerzo de la UCI. Sus nuevas colegas ni saben su nombre y tienen poco tiempo para orientarla. Aprende sobre la marcha, observando a los demás. Toma meses entrenar a una enfermera de terapias intensivas, años ganar experiencia en un trabajo agobiante, en el que se lidia con la muerte a diario.
Y el virus lo agrava todo. El personal médico corre tanto peligro como el paciente y cada vez que ingresa a la UCI debe ponerse equipo protector. Acercarse a una cama implica tomar una cantidad de recaudos: Lavar al paciente, cepillarle los dientes, revisar sus signos vitales, cambiar los tubos intravenosos y dar vuelta al paciente para mejorar su respiración.
Reynier se coloca un delantal de manga larga sobre el que ya lleva, dos pares de guantes, se cubre la cabeza, usa anteojos y un segundo delantal de plástico. Los médicos que realizan entubaciones emplean máscaras de plástico protectoras además de los anteojos.
Por cada persona que hay adentro de la UCI, hay otra afuera, que le pasa todo lo que necesita y la ayuda a sacarse el equipo protector cuando sale.
“Tenemos que ayudarlos a resistir hasta que sus cuerpos sanen”, dijo Carvelli. “Las UCIs son sitios terribles. No todos pueden soportarlos”.
Luego vienen las llamadas a los familiares. “Hay que tranquilizarlos y al mismo tiempo decirles la verdad. A veces no es fácil encontrar el equilibrio justo”, indicó Carvelli.
Termina el turno del día y hay una cama libre en la sala 12. El médico que supervisará el turno nocturno espera mantenerla así.
“Quiero guardar una bala en la recámara”, dijo el doctor Fouad Bouzana.
A eso de las dos de la mañana, llega un individuo a ocupar esa cama.
La Timone está nuevamente repleto.
Con información de la agencia ‘The Associated Press’.
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