Juan Pablo Penilla Rodríguez: La necesidad de incorporar criterios de gestión empresarial a su estructura y funcionamiento, así como la creciente especialización que exige el asesoramiento legal, ha multiplicado la presencia de profesionales no juristas en las plantillas de los despachos de abogados. Informáticos, economistas, químicos, auditores o ingenieros se han ido integrando en el día a día de los bufetes, aportando no solo su conocimiento técnico o experto. La visión y los métodos de otras profesiones también ha servido para enriquecer el funcionamiento de los despachos, unas organizaciones a las que, con frecuencia, se les han atribuido grandes resistencias a modernizarse.
Según las necesidades que cubren, podemos distinguir dos tipos de trabajadores no-abogados. En primer lugar están aquellos que desempeñan una función técnica y que perfeccionan la prestación de servicios jurídicos en áreas muy especializadas y complejas. El segundo grupo está conformado por los profesionales de los departamentos de soporte, que se encargan de mejorar la gestión del despacho a través de la implantación y desarrollo de soluciones que hagan más sencilla, ágil y rentable la labor de los abogados.
En cualquiera de las dos vertientes, el aterrizaje de los no juristas en los despachos es una respuesta a las demandas de los clientes y a la evolución de la prestación de servicios jurídicos, tal y como indica Silvia Pérez-Navarro, socia directora de Iterlegis, firma de headhunting.
Por un lado, en el terreno del asesoramiento jurídico «estos perfiles aportan un gran valor añadido para el cliente, complementando el trabajo de los abogados», explican desde el departamento de recursos humanos de Écija. Y, por el otro, como destaca Gemma Molar, chief operation officer de Baker McKenzie, la profesionalización de quienes trabajan en los departamentos de soporte de los despachos aporta a los letrados una visión más amplia de su negocio.
Fruto de la fuerte competitividad en el mercado jurídico, surge la necesidad de adaptarse a las necesidades de los clientes y conocer en profundidad su sector de actividad. Los grupos multidisciplinares, compuestos por abogados y estos nuevos perfiles se configuran como la mejor respuesta para dar un asesoramiento jurídico integral. Así, por ejemplo, KPMG Abogados creó en 2012 un equipo de especialistas de I+D+i, para asesorar a las compañías en todo el proceso técnico de acreditación de la deducción fiscal de I+D+i, incorporando perfiles que, en principio, están fuera del mundo jurídico.
Hasta ahora, los profesionales más habituales en los despachos con una titulación distinta a derecho han sido los economistas, reclutados para complementar las áreas de competencia o fiscal. Los ingenieros, químicos, biólogos o farmacéuticos también han sido perfiles muy requeridos en las firmas legales, en particular en aquellas especializadas en patentes.
En la actualidad, la rápida evolución tecnológica, unida a las nuevas áreas de conocimiento y la necesidad de regularlas, está imponiendo que los bufetes se lancen también a la búsqueda de expertos en inteligencia artificial e innovación. Y es que, como indican desde Deloitte Legal, «los despachos necesitamos perfiles diferentes, con formas de pensar distintas. Que sean capaces de actuar de traductores entre el mundo del asesoramiento jurídico y el mundo tecnológico».
Mano a mano con los juristas
La integración de estos profesionales en las firmas, sin embargo, no siempre es fácil. «Los abogados le dan más vueltas a los temas. Hay cosas que nosotros no vemos defendibles, pero ellos intentan convencernos de que lo son, y ahí se producen pequeñas disputas, en el buen sentido», comenta Gabriel Castilla, ingeniero industrial y director del área de ingeniería del departamento de patentes de Pons IP.
A pesar de ello, según María Rosa de la Colina Montero, responsable técnico especializado en patentes biotecnológicas, agroalimentarias y químicas en Elzaburu, esta diferencia de enfoques resulta muy enriquecedora, ya que obliga a ambas partes a tener una visión más amplia de los proyectos.
Tampoco es sencillo adaptarse a la forma de trabajar y al lenguaje de los abogados. Para Sofía Escudero Iglesias, miembro del equipo de asesoramiento en I+D+i de EY Abogados, es un reto constante. «Trabajar con juristas supone realizar un esfuerzo extra, porque utilizan tecnicismos, referencias a leyes, formas de expresión o bases de datos jurídicas con los que no estoy familiarizada por mis estudios», apunta.
Por su parte, Javier Notario, CRM y data manager en Gómez Acebo & Pombo (GAP), cuenta cómo en el despacho está implantando una herramienta que recoge la información de los clientes, para así poder ofrecerles un asesoramiento más enfocado a sus necesidades y definir una estrategia comercial. Según su experiencia, la edad es el factor determinante en su trabajo con los abogados. Así, mientras los jóvenes están habituados a usar la tecnología, los más veteranos presentan mayores resistencias.
Además de hacer un esfuerzo de integración, los departamentos de recursos humanos consultados coinciden en que, para que estos perfiles encajen, deben tener, entre otras cualidades, interés por el sector legal, capacidad analítica y de juicio, y disposición para trabajar en equipo. En este sentido, Eva Delgado, psicóloga y responsable de recursos humanos en Pérez Llorca, opina que «los profesionales que prestamos apoyo en el despacho tenemos que cumplir con el alto nivel de exigencia que los abogados están acostumbrados a dar a sus clientes, porque para nosotros, los abogados son nuestro cliente interno».
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