Monitor Sur
Brasilia, Brasil, 2 junio 2014.-Aunque parezca mentira, la pasión por el próximo Mundial de Futbol en Brasil demoró en encenderse en Río de Janeiro.
Y ahora que lo hizo, no fue precisamente como en otros años en los que una alegre fiebre futbolística invadía toda la Cidade Maravilhosa. Esta vez, los cariocas se dividen entre quienes se expresan a favor o en contra del campeonato en casa.
En la última semana, una verdadera guerra de decoraciones callejeras se ha desatado en la ciudad.
Mientras algunos vecinos decidieron, tardíamente, adornar sus calles con banderas brasileñas y serpentinas “verde-amarelas”, para continuar con una tradición festiva que comenzó en los años 70, muchas otras personas han colocado carteles quejándose por los 11 mil millones de dólares que el Gobierno ha gastado para celebrar el evento, cuando el país enfrenta serios problemas de salud, educación, transporte público, saneamiento básico y vivienda.
Una de las primeras calles en ser engalanada con cientos de banderines brasileños y banderas de los otros 31 países que disputarán el Mundial entre el 12 de junio y el 13 de julio, fue la rua Honório de Barrios, en el barrio de Flamengo. Pero la noticia no fue que finalmente el clima mundialista empezaba a adueñarse de Río, sino que en el segundo piso del edificio ubicado en el número 25 de esa calle, alguien había colgado una enorme bandera de Brasil con manchas rojas y la leyenda crítica: “¿Copa para quién?”.
“Fue un adolescente que vive ahí, pero su padre ya le pidió que la retirara; no quiere llamar tanto la atención y teme que le tiren piedras contra la ventana”, contó el encargado del edificio, Lorenzo Soares, de 54 años.
“El chavo tiene toda la razón: este es un evento que beneficia más a la FIFA que a Brasil. Pero nosotros lo pedimos y ahora que está por empezar no podemos arruinar la fiesta resaltando todas las fallas que tiene nuestro país”, agregó.
Dueña de un departamento en la misma calle, la jubilada María Aparecida Alves, de 60 años, no quiso contribuir con su dinero a la “vaquinha” que organizó la asociación vecinal para recaudar fondos para las decoraciones. Prefirió hacer una donación a una guardería para niños pobres.
“No estoy de ánimo para celebrar el Mundial cuando el nivel de la educación en Brasil es pésimo, los hospitales se caen a pedazos, el transporte público es un desastre y hay tantos niños viviendo en la calle”, señaló mientras paseaba a su poodle, “Nara”.
Con “Tufão”, su bulldog francés, en brazos, la abogada Debora González, de 32, fue incluso más dura en su dictamen.
“El futbol es el opio del pueblo brasileño. Quieren tapar todos los problemas que tenemos con este Mundial. Ojalá que Brasil pierda y la gente abra los ojos a la realidad. Yo no estaré hinchando por la selección brasileña e iré a las manifestaciones que haya contra la Copa”, dijo antes de salir a caminar por el barrio, cuyas decoraciones mundialistas estaban matizadas por pintadas en las paredes en inglés y portugués con insultos como “Fuck FIFA” y “Foda-se a FIFA”.
En junio del año pasado, poco antes de la Copa de Confederaciones, más de un millón y medio de brasileños salieron a las calles a protestar contra el despilfarro de 3 mil 700 millones de dólares públicos para construir o remodelar los estadios de las 12 ciudades-sede.
La violencia de grupos anarquistas como los Black Blocs alejó a mucha gente de las manifestaciones posteriores, pero este año continúan, principalmente impulsadas por sindicatos que también han convocado a varias huelgas y actos contra la FIFA y el Gobierno de Dilma Rousseff.
Estos últimos días, la tensión social por el Mundial se hizo evidente en uno de los muros del Terreirão do Samba, cerca del Sambódromo.
Allí, unos artistas callejeros habían pintado un mural con la imagen de Neymar, la joven estrella de la selección brasileña. Menos de 48 horas después, el dibujo había sido cambiado: sobre la cabeza del crack futbolístico se había pintado un pasamontañas negro, como los que usan los Black Blocs, y se habían pintado leyendas contra la FIFA y el Gobierno. La Alcaldía se apresuró y volvió a tapar toda la pared con pintura blanca.
En la favela Tavares Bastos, en el barrio de Catete, un gigantesco graffiti que muestra a Neymar junto al argentino Lionel Messi, el portugués Cristiano Ronaldo, el italiano Mario Balotelli y el uruguayo Luis Suárez, permanecía todavía intacto este fin de semana. Pero pintada con tiza sobre el asfalto de la calle Dias da Cruz, en Méier, una enorme bandera brasileña había sido modificada con consignas como “Menos prisiones, más escuelas”, “Más salud”, “Mejor transporte público”, “Basta de remociones” y “Menos exclusión, más participación”.
Sólo a mediados de esta última semana la FIFA comenzó a engalanar las calles y avenidas de Río de Janeiro con sus coloridos carteles que dan la bienvenida a los visitantes. Pero ya el viernes último, uno de esos letreros, sobre la Avenida Atlántica, en plena rambla de Copacabana, había sido arrancado de un poste y destrozado.
En el barrio de Vila Isabel, cerca del estadio del Maracaná, donde se realizará la gran final del Mundial, las decoraciones de la calle Jorge Rudge también habían sufrido un ataque, con varias guirnaldas verde y amarillas tiradas al piso. Y en una de sus esquinas, justo frente al Hospital Pedro Ernesto, un graffiti advertía: “Turistas, no se enfermen; tenemos estadio, pero no tenemos hospital”.
“Faltan médicos, camas, medicinas, materiales básicos y aparatos para hacer exámenes. La salud no es una prioridad”, confirmó a REFORMA Rita de Castro, de 51, empleada administrativa del hospital vinculado a la Universidad Estatal de Río de Janeiro.
En la cercana tienda Fest Sonho, Alexandre Souza, 18, ordenaba banderas brasileñas, sombreros y cornetas “verde-amarelas” en la vidriera. Reconoció que la venta del cotillón mundialista está muy débil este año, sobre todo si se trata de productos con el sello de la FIFA, como los muñecos de Fuleco, el armadillo-mascota del evento.
“La gente está tímida, teme por las protestas y la reacción que otras personas puedan tener. Creo que cuando empiecen los partidos el ambiente va a cambiar; la gente se va a dar cuenta de que puede protestar, pero con los colores de nuestro Brasil querido, agitando banderas y alentando a nuestra selección”, dijo esperanzado.
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