Agencias / MonitorSur, Ciudad de México.- Pensar que la vida en las comunidades indígenas no cambia, que permanece estática en cuanto a sus costumbres, es una idea romántica, señala el investigador Estuardo Lara Ponce. Luego de años dedicados al estudio de diversas culturas del país, concluye que el mundo se mueve de manera veloz y pese a ello los pueblos indígenas de México hacen un esfuerzo por mantener vivas sus costumbres.
Estuardo Lara es investigador de la Universidad Autónoma Intercultural de Sinaloa (UAIS) y miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Originario de la Ciudad de México, estudió la carrera de ingeniería agrícola, con orientación en agroecosistemas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A lo largo de su trayectoria profesional ha estudiado poblaciones indígenas y campesinas del país, entre ellas la comunidad nahua de La Malinche, ubicada entre los estados de Puebla y Tlaxcala; mayas itzaes, ubicados en la biósfera maya; y durante los últimos años la cultura yoreme, ubicada en la sierra de Sinaloa.
Con sus estudios de comunidades indígenas, Estuardo Lara ha podido contrastar diversas culturas del país y ha encontrado que a todas las distingue un factor: el desfavorecimiento económico.
“Viven altos niveles de pobreza en los pueblos indígenas. No tienen sueldo y por eso migran, venden sus tierras. Nos hemos dado cuenta de que no ven rentable la idea de ser agricultores, entonces se han vuelto jornaleros o se van a otros oficios. Son territorios simbólicos, por decirlo de alguna manera”, comentó.
El investigador señaló que persisten en esas culturas algunas actividades propias de los pueblos nómadas antiguos, como la caza y la pesca.
Sus inicios
Recién egresado de la carrera de ingeniería agrícola en la UNAM, realizó su tesis en el campo de Tepetates, Veracruz. Se encontraba a cargo del Colegio de Postgraduados, en el municipio de Paso de Ovejas, en ese estado. Su trabajo era de tipo agronómico y lo enfocó en la caña de azúcar. La experiencia, consideró, fue determinante al haber entrado a un campo experimental.
“Tuve la oportunidad de trabajar con investigadores del colegio en un ambiente de disciplina científica. Eso me ayudó a entender la agronomía clásica en los aspectos de importancia que tiene que ver con los cultivos, como era la caña de azúcar en su momento”.
Más tarde encontró la oportunidad de participar en un proyecto en la región de la Montaña de Guerrero, en Chilapa.
“Trabajé de cerca poblaciones netamente indígenas y campesinas propias de nuestro país. Trabajamos con una ONG de la Ciudad de México. Ahí empezó toda esta serie de ideas acerca de cómo abordar la problemática local y rural”.
Durante ese tiempo, pudo observar de cerca la problemática de los pueblos indígenas en ese estado, trabajó en las parcelas con los agricultores y realizó además asistencia técnica.
“Era algo muy diferente a lo que ve uno en clase. Aprendí mucho sobre las comunidades y los campesinos. A partir de esa experiencia tuve la oportunidad de ingresar a la maestría en estrategias para el desarrollo agrícola regional, en Puebla”.
En maestría y en doctorado trabajó el aspecto de etnoecología, es decir, el enfoque interdisciplinario acerca de las creencias y la visualización de la naturaleza por parte de diversas culturas. Para ello trabajó con el doctor Mario Aliphat Fernández y la profesora investigadora en historia Laura Caso Barrera.
Realizó un trabajo de investigación en la comunidad nahua de La Malinche, ubicada entre los estados de Puebla y Tlaxcala. Los resultados fueron determinantes para entender otro contexto, otro ecosistema y otra problemática social, así como plagas y todo lo referente con el bosque.
Más tarde, participó en una estancia en el Petén, Guatemala, donde trabajó con los mayas itzaes, ubicados en la biósfera maya.
“Esa experiencia fue muy enriquecedora e importante. Ahí trabajamos algo del sistema de información geográfica y mapeo natural de la agricultura. Por primera vez comenzamos a jugar con los recursos naturales de los pueblos indígenas, desde su concepción”.
El estudio de yoreme
La experiencia acumulada dio a Estuardo Lara las bases para otros estudios, esta vez en la Universidad Autónoma Intercultural de Sinaloa, donde ha dedicado los últimos siete años a la investigación de la cultura yoreme.
“Cuando llegué a esta institución tenía fresca la idea de que, como era una universidad indígena, me iba a encontrar estudios relacionados con mi área de ecología: botánica, agricultura; pero cuando llegué no encontré esa orientación. Platiqué con los profesores. Es más, la idea misma de investigación en la universidad no estaba todavía gestada”.
Al arribar, recibió la invitación para hacerse cargo de una dirección de investigación. Encontró investigadores como el doctor José Ángel Ochoa Zazueta, quien lo introdujo a la vida de los yoreme, desde una visión antropológica y sociocultural, pues hasta ese momento poco se había tocado la cuestión ambiental y de recursos naturales.
“Creí que era la opción de meternos ahí. Como investigador, si realmente te interesa el estudio de las comunidades, te tienes que adentrar a ellos, tender un puente de comunicación para establecer una amplitud de interés. Las inquietudes de ambos pueden coincidir”.
El proceso de introducción fue de un año, hasta que finalmente lograron un enlace, comunicación formal y amable.
“Estoy inscrito en el programa de ingeniería forestal. Los muchachos de licenciatura, de alguna manera, fueron el otro gran eslabón para hacer trabajo exploratorio. Ese fue el detonante. Finalmente conocí un doctor, Salvador Medina, profesor investigador que tenía todo el andamiaje de la idea de fauna, porque estaba formado y había hecho tesis sobre eso”.
Fue así como comenzaron las pláticas para pensar en establecer un proyecto inicial de trabajo en comunidad con yoremes, y con la posibilidad de trabajo participativo. Así el grupo gestó la inquietud de trabajar con los pueblos yoremes sobre agricultura y recursos naturales.
“En lo que corresponde al área de influencia, considero que estamos abonando de alguna manera paulatina, pero queremos hacerlo constante, con trabajos que tengan que ver con la problemática de los yoremes y sus recursos naturales”.
Hasta antes de su llegada a la Universidad Autónoma Intercultural de Sinaloa, no se volteaba hacia los temas ambientales y de recursos naturales de esa comunidad; ahora aporta en la visión antropológica y sociocultural.
“Tenía la idea, un tanto romántica, de que todo es estático, que nada cambia, pero a pesar de lo que uno quisiera, estamos en un mundo muy veloz. Para lo que hemos encontrado, sí hemos visto que hay algunas actividades en riesgo”.
Señala como uno de los principales riesgos de esa comunidad la necesidad de fomentar las simulaciones culturales en las nuevas generaciones. Indica que con la paulatina muerte de los integrantes más longevos, mueren también algunas sabidurías locales. No transmitir ese conocimiento a los más jóvenes implica un riesgo.
“La literatura lo dice, si al morir ellos esos datos no han sido depositados en simulaciones, no se reproducen, y lo más seguro es que se vayan perdiendo”.
Ejemplificó el caso de los médicos tradicionales yoremes, cuyo conocimiento debería ser transmitido por generaciones.
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