Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Hablando estrictamente de fútbol, ser antimadridista es una postura tan comprensible y aceptable como ser madridista, o como estar en contra de cualquier otro equipo. A fin de cuentas, la base del deporte es la competición, es decir, la rivalidad y las discrepancias entre los distintos bandos participantes. Y por historia y repercusión, el Real Madrid es uno de esos clubes que no pasan desapercibidos: levantan pasiones a favor, pero también en contra. De hecho, no son pocos los aficionados merengues que se toman como un halago la hostilidad ajena.
Si quieres motivos para justificar la animadversión al merengue, puedes encontrarlos en abundancia, más allá del único que admiten los partidarios de la Casa Blanca (la supuesta envidia de sus éxitos). Aunque a todo el mundo, más o menos, le acaba pasando lo mismo, dan pie a la sospecha no pocas decisiones arbitrales controvertidas que les resultan beneficiosas; tú eliges si quedarte con ejemplos recientes o remontarte en el tiempo tanto como quieras, porque no te va a costar localizar alguno. También influye en este sentido la relación privilegiada, quizás demasiado, del club con los poderes políticos y económicos, y algún que otro asunto turbio en que se han visto implicados desde el punto de vista institucional.
Hay otro recurso, sin embargo, que es bastante habitual pero que no tiene ningún sentido, sobre todo cuando quienes lo lanzan son periodistas que se dedican de manera profesional a hablar y escribir sobre deporte. Consiste en alegar que las victorias madridistas se deben a que los rivales con los que se enfrenta no están a la altura. El último caso lo acabamos de ver, con motivo del pase de la plantilla de Zidane a cuartos de final de la Champions League tras eliminar a la Atalanta.
El Real Madrid derrotó a doble partido a los italianos, con un marcador global de 4-1. Para algunos analistas, lo que esto significa no es que el Real Madrid fuera no ya brillante, pero al menos sí eficaz, o que se supiera defender y aprovechar sus oportunidades, o que tuviera la fortuna de su lado. No: la explicación que encuentran es que la Atalanta es un equipo menor.
Hablamos, conviene recordarlo, del mismo equipo negriazul que el año pasado fue tercero en la Serie A, uno de los campeonatos más competitivos de Europa (solo por detrás de España e Inglaterra, según los coeficientes de la UEFA), marcando 98 goles durante la campaña. Y que el curso anterior también había alcanzado el escalón de bronce, por delante de los muy poderosos Inter y Milan. Y que la misma temporada pasada ya arrasó a nuestro Valencia en octavos y estuvo a punto de cargarse en cuartos a todo un París Saint-Germain.
Por si fuera poco, tiene un sistema de juego vistoso, atractivo, eminentemente ofensivo, que contrasta con el tópico del catenaccio transalpino. Y con el mérito añadido de que no es ninguna de las superpotencias tradicionales: ha conseguido escalar a una posición de élite sin una cartera especialmente llena, ni una masa social muy abundante, ni el peso de una sala de trofeos demasiado nutrida. Por eso ha recibido tantos y tan merecidos elogios últimamente.
No, la Atalanta no es ni mucho menos un equipo mediocre. Es cierto que, a raíz de la salida de su capitán y referente, el argentino Alejandro Papu Gómez, recientemente fichado por el Sevilla, y de cierta caída en el rendimiento de su otro delantero estrella, el esloveno Iličić, quizás se haya visto últimamente una bajada de nivel. Pero el cuadro de Gasperini sigue siendo tremendamente competitivo, como demuestra su clasificación liguera actual: cuarto, pero a solo cuatro puntos del segundo (el Milan) y tres del tercero (la Juventus).
Además de que en general, como concepto, ningún equipo que llega a las rondas más avanzadas de la Champions es flojo. Porque para alcanzar esta fase ha tenido no solo que clasificarse a través de su liga nacional, sino además superar una fase de grupos con otros rivales de entidad. Puede presumir, con todas las de la ley, de ser uno de los dieciséis mejores equipos de Europa.
O admitimos eso, o reconocemos que un torneo de eliminatorias directas en el que toda la temporada se pone en juego en dos partidos, sin margen de error, no sirve para determinar al mejor del continente durante el año de manera global, como sí ocurre con una competición de liga regular, y que por tanto la Champions, toda ella, es una gran mentira. Pero eso se aplicaría a todos los equipos y con efecto retroactivo, llámense Atalanta, Real Madrid, Barcelona o selección de Brasil de 1970. Y además es otro debate; de momento, el sistema es el que es y las reglas son similares para todos.
Decir, por tanto, que la Atalanta no es un rival digno para hacer de menos la victoria blanca solo se puede comprender desde una posición de desprecio visceral a todo lo que huela a vikingo. Que es aceptable, y hasta lógica, en aficionados comunes. Pero no en profesionales de la comunicación de quienes se esperan juicios razonados y sensatos, ya que se les presupone buenos conocedores del juego. Incluso aunque sea pública y notoria su simpatía por otros equipos; Díaz-Guerra nunca se ha molestado en ocultar que es atlético, y Moisés Llorens tampoco disimula lo más mínimo su pasión por el Barcelona.
Porque los periodistas, lo pretendamos o no, somos personajes influyentes. Tú, lector, te enteras a través de nosotros de lo que ocurre en el mundo. Luego ya sacarás tus propias conclusiones si quieres o asimilarás el mensaje directamente como nosotros te lo soltamos, pero lo que te llega es lo que te decimos… y de la forma en que te lo decimos. Algunos en el gremio, los que más tirón popular tienen (ahora con las redes sociales es más fácil medirlo; estos dos en concreto tienen varias decenas de miles de seguidores cada uno en Twitter), llegan a convertirse en líderes de opinión y contribuyen a determinar la forma de pensar de quienes les leen.
Por eso se habla tanto de códigos éticos, de deontología profesional, de huir de la manipulación y de todo eso que, aunque suene a palabrería vacía, más o menos intentamos que se cumpla. La cosa, por supuesto, tiene implicaciones mucho más amplias. Pero ciñéndonos a este caso concreto, lo que están haciendo es valerse de su posición de superioridad para intentar generar un estado de opinión que, a poco que se analice, se ve claramente que no se corresponde con la realidad, pero que sí refuerza prejuicios y antipatías que coinciden con las suyas propias.
Achacar la victoria del Real Madrid a que la Atalanta sea «un rival menor» (que no lo es) no es un argumento eficaz para deslegitimar el triunfo blanco. Pero para lo que sí sirve es para dos cosas. Por un lado, para contribuir a que la profesión periodística pierda (un poco más) la credibilidad y el rigor que debería tener. Y por otro, para tratar de desprestigiar a un oponente que estaba ahí por méritos propios y con el que se está cometiendo una falta de respeto inaceptable. Ahora los agraviados son los de Bérgamo, otra vez será el que toque; en esta ocasión a favor del Real Madrid, la próxima será con el Barça o el Atlético o quien sea. La crítica siempre es legítima; los ataques gratuitos a terceros para justificar un punto de vista, no tanto.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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