Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Aunque quedará siempre en la historia del cine mexicano como una de las bellezas más grandes que desfilaron por la pantalla, la hermosa estrella Miroslava Stern siempre tendrá un aura de tristeza y esto, en gran parte se debe a las frustrantes historias de amor que vivió, que contribuyeron cada una, de un modo u otro, a que cayera en el pozo de depresión del que ya no encontró salida.
Antes de llegar a México en 1941, Miroslava, sus padres y su hermano Ivo recorrieron como refugiados parte de Europa, huyendo de la persecución nazi, hasta asentarse en la capital mexicana, donde la rubia joven nacida en la antigua Checoslovaquia destacó por su belleza, sensibilidad y afinidad con las artes, haciendo su debut en cine en 1945, a los 18 años de edad en ‘Bodas Trágicas‘, un melodrama que la llevó a conocer a Ernesto Alonso, quien sería uno de sus grandes amigos y confidentes cercanos.
Hay que destacar que para la llamada ‘Época de Oro’ del cine mexicano, la presencia rubia y glacial de Stern -mejor conocida por su nombre de pila, la primera actriz que formalmente encabezó repartos con un mononímico– significó un fascinante toque cosmopolita acorde con los turbulentos años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Los grupos de inmigrantes que llegaron a México provenientes de Europa y el Cercano Oriente, huyendo de las ocupaciones, se integraron a una sociedad burguesa en plena expansión y contribuyeron, de manera importante, a la vida cultural del país.
Sin embargo, el cine mexicano no supo qué hacer con Miroslava. Su belleza extraordinaria era muy diferente a la del resto de las actrices de su generación como Columba Domínguez o María Victoria, y su rango interpretativo, si no limitado, por lo menos resultaba poco aprovechado. De ahí que su filmografía fuera sumamente dispareja, aunque con algunos títulos interesantes como ‘Ensayo de un crimen’, dirigida por Luis Buñuel, que es posiblemente su mejor película junto con ‘Escuela de vagabundos‘, que hizo al lado de Pedro Infante. Muy escasas joyas en medio de numerosas películas menores.
De hecho y por azares del destino Miroslava y Ernesto Alonso volvieron a coincidir en la última cinta que ella filmó, que es precisamente la de Buñuel sobre la novela de Rodolfo Usigli, mismo que marcó el fin en la carrera de esta actriz (irónicamente, la diva Rita Macedo, con quien ambos compartían créditos, también se suicidaría, pero hasta 1993). Fue precisamente Alonso quien, hasta 35 años después de la muerte de la actriz, reconocería que una de las razones para que ella se quitara la vida, fue un amorío muy desgraciado con Mario Moreno, ‘Cantinflas’, a quien Alonso tildó de ‘cobarde’ por prometerle muchas veces que dejaría a su esposa (Valentina Ivanova) por ella, algo que, en realidad, el llamado ‘Mimo de México’ nunca tuvo ninguna intención de hacer.
La relación entre Miroslava y ‘Cantinflas’ era obligatoriamente discreta, dado que él era casado y muy famoso. Ella aceptó esta condición, del mismo modo que aceptaba que él volcara sus frustraciones y enojos en ella, que físicamente reunía todas las características que más atraían al actor: era rubia, europea, refinada, una réplica más joven y estilizada de su propia esposa, la rusa Valentina Ivanova y de su amor frustrado, la aristocrática Natasha Gelman, esposa de su socio, Jacques, a la que Moreno siempre deseó pero nunca pudo tener ya que ésta nunca estuvo dispuesta a serle infiel a su marido y mucho menos con él (aunque esa es una historia para otro día).
Para ese momento Miroslava ya era divorciada. A los 20 años se había casado con Jesús Jaime Gómez Obregón, a quien apodaban ‘el Bambi’. La boda fue uno de los momentos más notables de la temporada social, pero el matrimonio no duró más que seis meses: Gómez Obregón (que era sobrino del presidente asesinado Álvaro Obregón), se supo después, era un homosexual de clóset y su joven esposa lo descubrió en al ducha con un amigo. Esta experiencia traumática causó un duro golpe en su psique, algo que Guadalupe Loaeza detalla en el relato que escribió a fines de los 80 acerca de la actriz, y que se convertiría en una película en 1992.
Un año después de divorciarse inició su amorío con Cantinflas durante el rodaje de ‘¡A volar joven!‘, en 1947 y éste duraría ocho años casi. Para ella, Mario era una fuente de seguridad (a veces incluso económica), y para él, ella era alguien con quien él podía hablar de sus ansiedades sin encontrar presión o juicios, sino consuelo. Esta ternura, Mario Moreno la compensaba con falsas promesas de que se divorciaría, para casarse con ella, algo que siendo católico no tenía intención de hacer, lo que equivaldría hoy en día a gaslighting y maltrato psicológico.
Por despecho, Miroslava se enredó por varios meses con Luis Miguel Dominguín, el célebre torero español que se casó en marzo de 1955 con la actriz española Lucía Bosé —que estaba embarazada de su primogénita, Lucía, hermana mayor de Miguel Bosé—, pero en realidad esto solo era un acto desesperado, ya que seguía enamorada de Cantinflas y además, sufría por el amor platónico que había llegado a sentir, según reveló en su momento, algunos años después de su muerte, su ama de llaves, Rosario Navarro de Nava.
Este amor platónico se trataba, nada menos que de su íntima amiga Ninón Sevilla, a quien comentarios de la época señalaban como el objeto de un afecto no correspondido, que la rumbera cubana había rechazado con gentileza y propuesto ser una amistad cercana, siempre dispuesta a ayudarla. De acuerdo a lo relatado por Navarro de Nava a Vicente Leñero y Alejandro Pelayo durante la pre-producción de la película que estelarizó la actriz francesa criada en México, Arielle Dombasle, no era específicamente que la actriz cultivara relaciones románticas con otras personas de su mismo sexo, o que fuera, incluso, bisexual: su teoría más bien era que, pese a tener familia, Miroslava se sentía terriblemente sola y la amarga experiencia de su matrimonio y posteriormente la manipulación de la que había sido objeto por parte de Mario Moreno, la habían dejado muy vulnerable, y ella buscaba apoyo emocional como fuera, sin importar de quién se tratara, y esto era más complejo que una relación romántica o meramente sexual.
Poco después de la muerte de Sevilla, quien junto con Navarro fue quien encontró el cuerpo de Miroslava el 10 de marzo de 1955, Leñero señaló que el persistente rumor acerca de una relación lésbica podría haberse originado de boca del propio ‘Cantinflas’ quien, según le reveló Ernesto Alonso, con la condición de no publicarlo hasta que él ya hubiera muerto, estaba muy celoso de que Miroslava le hubiera puesto final a su relación y no habría dudado en calumniarla o tergiversar cosas acerca de ella después de su muerte, razón por la que no lo estimaba ni respetaba.
Por su parte, Sevilla indicó siempre que se le preguntaba que ella se llevaría a la tumba lo que había visto y encontrado en la habitación de su amiga ese día y que su relación con ella era algo sagrado, que no pensaba comentar con nadie y que sacaran sus propias conclusiones si querían.
Nadie estaba con Miroslava al momento de su muerte: nadie la vio, nadie la oyó. Únicamente la acompañaba la misma soledad que había tenido por muchos años. En la mesilla de noche, junto a la cama en que la hallaron, había un retrato dedicado del torero Luis Miguel Dominguín, un cenicero con un cigarrillo a medio fumar, que se había apagado y varios frascos de somníferos… las manos de la mujer de 29 años sobre su pecho. Este es el dantesco cuadro que encontraron en esa residencia de la elegante colonia Anzures Navarro y Sevilla, quienes llamaron a las autoridades y al padre de la actriz.
La leyenda negra que creció en torno a su muerte aún persiste, sin embargo, fue la propia Sevilla quien declaró en 2005, al cumplirse el cincuenta aniversario de la muerte de la actriz, que la verdadera razón de la muerte de Miroslava no era una sola, sino una mezcla de varias y que la más fuerte había sido su terrible mala suerte en el terreno del amor.
Con información de la agencia ‘Reuters’.
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