Por Ana Lorena Mendoza Hinojosa/Ciudad de México.- El surgimiento de las megaciudades, urbes con más de 10 millones de habitantes, han generado presiones medioambientales, caos y un descenso en la calidad de vida, pero también se han convertido en un símbolo de desarrollo económico en el mundo.
Las necesidades y los imperativos de la industria moderna han derivado en una urbanización cada vez más acelerada y concentrada en ciudades que no hace mucho tiempo no alcanzaban las dimensiones que tienen ahora.
Las megaciudades son un concepto relativamente nuevo derivado de la actividad económica mundial que ha llevado a centralizar la producción industrial y las actividades de gestión y servicios.
Entre 1800 y 1900 el total de la población mundial que vivía en ciudades fluctuaba entre el 2 y el 5 por ciento. Fue hasta 1950 que alcanzó el 30 por ciento y en 2007 se reveló que la mitad de las personas en el mundo habitaban en urbes cada vez más presionadas por la sobrepoblación.
La Organización de las Naciones Unidas reveló en 2016 que había 45 ciudades en el mundo con más de 5 millones de habitantes y 31 con más de 10 millones de personas interactuando en espacios cada vez más sobrepoblados.
Esta concentración demográfica en urbes cada vez más sofisticadas, se ha convertido en un símbolo de poder y desarrollo económico, que mantiene a Occidente y Asia en una carrera por el poderío financiero.
De las 35 megaciudades que se contabilizaron en 2020, más de la mitad están en Asia y Tokio encabeza la lista de las 20 megaurbes asiáticas. La capital de Japón es un ejemplo de esa simbiosis entre concentración urbana y poderío económico. Tokio tiene una producción económica semejante a la mitad de la producción de toda Alemania y concentra en la demarcación que incluye la Región Metropolitana del Gran Tokio a más de 30 millones de personas.
Entre las megaciudades contabilizadas en 2020, seis están en América Latina (Ciudad de México, Bogotá, Lima, Río de Janeiro, Sao Pablo y Buenos Aires), una en Europa (París), una en Rusia (Moscú), tres en África (El Cairo, Lagos y Kinsasa), y dos en Estados Unidos (Nueva York y Los Angeles). La ONU proyecta que antes de 2030 surgirán otras nueve megaurbes, seis en Asia y tres en África.
Las amplias posibilidades de negocios y las oportunidades de trabajo y educación han permitido que la concentración urbana sea una realidad que ha presionado cada vez más a los gobiernos locales que se enfrentan a las dificultades de proporcionar y gestionar los servicios más elementales para la población.
La calidad de vida es deficiente en las megaciudades y sólo algunas de ellas, como Tokio, pueden presumir de mantener la ciudad limpia, prestar un servicio eficiente de transporte y mantener bajos los índices de criminalidad. En China, África y América no se puede decir lo mismo, aunque haya sectores con mejor calidad de vida que otros, no ha sido posible frenar la presión medioambiental y la creciente inseguridad urbana.
La disyuntiva en la gestión local de las megaciudades radica en cómo controlar estos monstruos urbanos, que mal diseñados y peor gestionados pueden convertirse en una pesadilla de caos e inseguridad.
De la planificación urbana de los gobiernos locales depende si las megaciudades se convierten en los motores del desarrollo económico o en fuentes de ingobernabilidad, sobre todo en un contexto en el que estas grandes urbes seguirán creciendo y multiplicándose presionadas por la actividad industrial.
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