Monitor Sur/Especial
Guatemala, Guatemala, 5septiembre2015.-Aquella tarde del 1 de junio de 1993, la multitud se manifestaba en el parque. Sabía que algo ocurría. Las entradas al Palacio Nacional eran custodiadas por soldados armados. Se rumoreaba que la caída era inminente, que incluso el Ejército podía estar ejecutando un golpe. Hacía tiempo, quizás desde el golpe de agosto de 1983, que ningún presidente se sentía tan solo, tan aislado de la sociedad como para ni siquiera entender que ya era un cadáver político.
Porque el presidente Jorge Serrano Elías era efectivamente un cadáver político. Lo era desde hacía cinco días, desde el mismo momento en el que apareció en televisión anunciando que suspendía temporalmente la Constitución. Pero quienes lo enterraron fueron nueve oficiales de la Dirección de Inteligencia del Ejército, la llamada D2, que se reunieron con sus superiores, y les convencieron de que el Ejército debía actuar ya. Unas horas más tarde, Serrano Elías atravesaba el callejón Manchén escoltado por el jefe de su Estado Mayor Presidencial, el general Francisco Ortega Menaldo, entre gritos e insultos de la multitud. Pasada la medianoche, el ya expresidente volaba a El Salvador.
Aquel grupo de oficiales que desencadenó la reacción de la cúpula militar tenía un líder. Era un oficial poco conocido y circunspecto. A pesar de que había llegado a dirigir la D2 no era un oficial de inteligencia. Era de fuerzas especiales.
Otto Pérez Molina fue siempre un enigma, un hombre en cuya biografía lo que se desconoce es lo importante. Era el protipo de oficial de acción. Fue un excelente deportista, adicto al paracaidismo –siguió saltando hasta cuando ya tenía nietos–, tomó el curso de las fuerzas especiales colombianas, los lanceros, y estuvo involucrado en la creación de la Escuela Kaibil. Combatió al Ejército Guerrillero de los Pobres en el área ixil entre 1982 y 1983, y luego fue instructor de la brigada paracaidista.
Fue siempre un guerrero, pero nunca tuvo fama de “matón”: fue enviado a Nebaj para ejecutar la estrategia contrainsurgente que siguió al exterminio, los “fusiles y frijoles”. Fue uno de los oficiales que comprendió que la guerra tenía causas políticas y que debía ser resuelta a través de una negociación. Tuvo la sensibilidad suficiente para sentirse impactado por lo que vio en las montañas de Quiché y la visión necesaria para comprender que la guerrilla ya no podía tomar el poder. Pero tampoco fue nunca un intelectual, ni un líder político.
Y sin embargo, algo debió ver en él el principal intelectual que salió de las filas del Ejército en décadas: el general Alejandro Gramajo. Quizás lo vio como un soldado fiel, un oficial de campo que había permanecido lejos de los estructuras de inteligencia y que no estaba contaminado por la guerra sucia, un hombre de la clase media que representaba la estabilidad que necesitaba Guatemala.
El oficial que fue un guerrero se convirtió en pupilo de Gramajo. Le acompañó en los primeros años del nuevo sistema de partidos políticos. Su mundo se amplió, saltó los muros de la Escuela Politécnica. Pérez Molina conoció políticos y habló con empresarios. Pero él nunca fue Gramajo, tampoco fue un Mauricio López Bonilla, un oficial de trayectoria similar a la de Pérez Molina, pero que pronto se interesó por el mundo civil, por la academia y la política. Pérez Molina había dejado de comandar unidades del Ejército –ascendería a general sin ser jefe de ninguna unidad de combate, algo poco común– pero seguía siendo un soldado. Y en el Ejército concentró sus ambiciones.
Las razones que llevaron a su nombramiento como jefe de la D2, a finales de 1991, son aún hoy un misterio difícil de desentrañar. La D2 era los ojos y los oídos del Ejército dentro del Ejército y también en el mundo civil. Quien la controlaba tenía poder. Por tanto, el jefe de la D2 o bien era un oficial afín a quienes ejercían el poder en el Ministerio de la Defensa, o era un oficial inepto que permitía manejar la institución a quienes la conocían bien.
Pérez Molina pudo ser designado por una mezcla de ambas razones. Pero su nombramiento tuvo que ser al menos aceptado por el grupo de oficiales de inteligencia que se había hecho fuerte en ese momento en la institución; la llamada Cofradía, liderada por los generales Ortega Menaldo y Manuel Callejas y Callejas. En los cables desclasificados de aquella época que la Embajada de Estados Unidos remitía al Departamento de Estado, de hecho, se referían a Pérez Molina, como “protegido” de Ortega Menaldo.
Pero si alguien le consideraba una marioneta se equivocaba. Aquel oficial llegaría lejos, más lejos que ningún otro general. Más que su mentor, Gramajo, al que solo le alcanzó la vida para ser candidato presidencial. Más que el gran líder carismático del Ejército, el general Efraín Ríos Montt, que nunca pudo ser electo presidente.
Otto Pérez Molina supo callar, cuando menos. Calló ante las redes de contrabando que operaban en las aduanas. Si se lucró de ellas, no hay pruebas. A pesar de que su cuñado, Otto Leal, mientras Pérez Molina era D2, fue ascendido a segundo en la Aduana Central. A pesar de que la Embajada de Estados Unidos sabía que Leal seguía ordenes del general Ortega Menaldo y que era la D2 quien proveía los equipos de comunicaciones para las estructuras que cometían fraude fiscal. A pesar de que aquel era un negocio de una dimensión tal que, como dice el fis- cal que investigó la llamada Red Moreno, Fernando Mendizabal, hasta el personal de la limpieza de los puertos recibía cada mes un sobre con su cuota del contrabando, y no pudo pasar desaparecido para la inteligencia militar.
Pérez Molina también calló sobre las detenciones y ejecuciones clandestinas que seguía ejecutando la D2. Es el caso del comandante Efraín Bámaca, un guerrillero capturado en marzo de 1992. Para conservar el valor de la información que poseía el detenido, se anunció su muerte en un enfrentamiento y se presentó el cadáver de otro detenido –asesinado expresamente para este fin, según el testimonio de un especialista de la D2– como si se tratara de Bámaca. Pero él permaneció vivo y en manos del Ejército quizás un año entero, hasta que fue asesinado y hecho desaparecer. Todo fue ejecutado por hombres que seguían las órdenes de Otto Pérez Molina.
Y mientras callaba, esperaba su oportunidad que llegó aquel 1 de junio, Pérez Molina lideró lo que podría considerarse un golpe de Estado contra un presidente golpista. El cálculo debió resultar sencillo: nadie apoyaba a Serrano Elías. Ni el sector privado organizado, ni la Embajada de Estados Unidos, ni la gente, ni los partidos políticos. Su caída solo necesitaba un empujón y el empujón debía darlo la única institución que no había rechazado abiertamente al presidente: el Ejército.
La cúpula militar, entre quienes se encontraba el general Ortega Menaldo, se había resistido a oponerse a Serrano Elías por varios motivos, aunque fundamentalmente por uno: un nuevo presidente traería también un nuevo alto mando. Por eso, Pérez Molina tenía también un gran incentivo para exigir la renuncia del mandatario. Se producía una pugna entre oficiales por el futuro de sus carreras.
El presidente electo Otto Perez Molina, se reunió con toda la bancada Patriota en la casa de la Cultura del Congreso de la Republica. El motivo de esta reunión fue platicar con los diputados de la bancada Patriota para que se presenten al parlamento los próximos tres días y hagan todo lo posible por la aprobación del presupuesto 2012.
La batalla se alargaría, de hecho, durante años. Del golpe, Pérez Molina emergió como gran triunfador. Relevó de su cargo a Ortega Menaldo y se convirtió en el nuevo jefe del Estado Mayor Presidencial del presidente Ramiro de León. Durante el gobierno de Álvaro Arzú llegaría a ser el número tres del Ejército. Pero el ascenso al Ministerio de la Defensa nunca se produjo. Durante el gobierno de Alfonso Portillo se consumó la venganza por lo ocurrido el 1 de junio de 1993. Con Ortega Menaldo y sus fieles de nuevo cerca de la Presidencia, Pérez Molina fue puesto en “situación de disponibilidad”. Sus dos hijos sufrieron atentados y se exiliaron. Él prefirió retirarse.
A partir de entonces, comienza la historia más conocida. Pérez Molina fundó un partido político acompañado de una antigua modelo y conductora de televisión de carácter opuesto a él, Roxana Baldetti. Al comienzo el Partido Patriota fue minúsculo, después terminó por absorber gran parte de las estructuras del caciquismo político que domina el sistema electoral; desde los hermanos Edwin Armando y Joel Rubén Martínez Sierra de Huehuetenango a Arnoldo Medrano. Como en el caso de las aduanas o los guerrilleros ejecutados, Pérez Molina tuvo que saber, pero prefirió el poder.
En 2012, en su segunda participación electoral, él se convertiría en presidente y ella en vicepresidenta. Otto Pérez Molina fue el primer general electo jefe de Estado en un proceso electoral limpio. Su propuesta de priorizar la seguridad resultó creíble para muchos votantes. Era percibido como un hombre con experiencia, un militar al que se podrían reprochar muchas cosas, pero no su capacidad de trabajo.
Desde luego, él conocía bien el poder. A diferencia de sus antecesores, él lo conoció antes de llegar a la Presidencia. Sabía cómo se sostiene un gobierno, y probablemente también que la Presidencia es siempre una fuente de riqueza cuya legitimidad nadie cuestionará mientras los intereses de los otros partidos, el sector privado organizado y la comunidad internacional sean mínimamente satisfechos. Probablemente sabía que podrían acumularse a su alrededor los cadáveres políticos; que podía caer en las encuestas, perder ministros e incluso a Baldetti, pero que la Presidencia estaría a salvo mientras los principales grupos de interés no se volteasen en su contra simultáneamente. Eso es lo que Serrano Elías, en la soledad de la Casa Presidencial, no había sabido entender.
Pérez Molina, sin embargo, no contaba con la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala. Quizás nadie con la ambición suficiente como para querer ser Presidente está preparado para ver cómo su gobierno se desmorona. Porque ahora es él quien está solo y quien se niega a entender lo que está ocurriendo.(Texto y caricatura fue publicado en el portal digital y revista guatemalteca Contrapoder).
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