MonitorSur.- En otra de sus ironías, Hollywood ha resucitado una historia sobre los peligros de la resurrección.
Los caminos maltrechos y los gatos sarnosos de “Pet Sematary” (“Cementerio maldito”) de Stephen King han vuelto de la muerte en la versión de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer _ vívidamente actuada y débilmente condensada _ de la película de Mary Lambert de 1989, adaptada de la novela de King de 1983.
Traer de regreso “Pet Sematary” no requirió de conjuros místicos. El terror se vende muy bien en la taquilla, e “It” (“Eso”), la más reciente historia de King llevada al cine, tuvo un éxito enorme.
Como es bien sabido King expresó turbación por lo que desenterró en “Pet Sematary”, un libro que dijo, quizá para promoverlo, que inicialmente dejó en el cajón pensando que había ido “demasiado lejos”.
Pero el libro es una especie de resumen perfecto de King: baratijas y terror gótico estilo Poe a partes iguales. Si la nueva “Pet Sematary” es suficientemente sólida en gran parte esto se debe a la solidez del material original: una parábola oscuramente honesta de Nueva Inglaterra sobre el dolor, tomada de los propios temores paternos de King.
Con un guion de Jeff Buhler, los directores hicieron un trabajo rápido en el primer acto. En cuestión de minutos la familia Creed, compuesta por el padre Louis (Jason Clarke), la madre Rachel (Amy Seimetz), Ellie de 8 años (Jeté Laurence) y el pequeño Gage, va en auto a su nueva casa colonial en Ludlow, Maine, y Ellie se pasea por el cementerio de mascotas cercano. Los niños escriben accidentalmente mal el nombre del cementerio por el que pasean solemnemente a sus perros y gatos muertos, la mayoría víctimas de los camiones que pasan amenazadoramente por este pueblo boscoso.
Sería incorrecto decir que esta “Pet Sematary” está castrada; al igual que el libro, aborda sustancial y conmovedoramente el tema de confrontar la muerte. Rachel, por ejemplo, es perseguida por la muerte prematura de su hermana Zelda, quien sufría de meningitis dorsal. Cuando el gato de la familia Winston “Church” Churchill, aparece muerto en una carretera, Louis y Rachel debaten si le dirán a Ellie, quien seguramente se sentirá devastada.
Rachel, convencida de que existe el cielo, y Louis, un doctor racional, tienen visiones muy diferentes de la vida después de la muerte, pero al final de cuentas deciden decirle a Ellie que Church se perdió. Si tan sólo los padres del escándalo de admisiones universitarias hubiesen visto “Pet Sematary”; un relato tan admonitorio como éste les habría planteado los peligros de no decirles la verdad a sus hijos.
Cuando el amistoso vecino de los Creed Jud Crandall (John Lithgow) les ayuda esa noche a enterrar a Church en el cementerio, lleva a Louis hacia el bosque a un antiguo lugar de entierros, y Louis lo sigue. Al día siguiente Church está de regreso _ con lo cual Ellie no se enfrenta a la muerte_ pero el felino se comporta diferente, mucho más gruñón, quizá porque acaba de despertar de la muerte.
Las cosas se ponen peor de ese punto en adelante. Los camiones cobran otra víctima, aunque no la misma que en el libro. Este cambio no es de mucho consuelo; la tragedia es igual de segura como la equívoca tentación de Louis de evitarla.
Los cambios en la trama de la novela de King no son lo que afecta “Pet Sematary”. Lo que la afecta es que, desde el comienzo, Kölsch y Widmyer se apoyan menos en la atmósfera que King construyó lentamente en el libro y más en los saltos abruptos y las pistas musicales para crear suspenso. Esto pone a “Pet Sematary” en una categoría más familiar. Zelda, a quien se puede ver en flashbacks y apariciones en botiquines, es representada tan horriblemente que esa es su propia anulación: convertirla en un personaje macabro es ser indiferente al sufrimiento humano. Los directores manejan muy bien los grandes momentos, pero fallan en los pequeños detalles.
King tenía algo más perturbador en mente. El autor, quien escribió el guion para la película original, insistió en que se filmara en Maine, la zona boscosa donde se han originado sus pesadillas. Pero esta “Pet Sematary” se filmó en Montreal. Aunque parece una diferencia menor, realmente es como un trasplante de corazón. Para las escenas finales “Pet Sematary” fue reducida sutil pero sustancialmente a una película más típica de zombis.
A pesar de eso no me gustaría dejar aparte la frase más memorable de la película: “a veces la muerte es mejor”. Los actores son demasiado buenos, el dolor de Seimetz se puede palpar, la relación padre-hija de Laurence y Clarke es tiernamente trágica. Creo que aunque sean ligeramente distintas, es difícil despedirse de algunas historias.
“Pet Sematary”, de Paramount Pictures, tiene una clasificación R (que requiere que los menores de 17 años vayan acompañados de padre o tutor al cine) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por escenas de terror y violencia, imágenes sangrientas y lenguaje soez. La AP le otorga dos estrellas de cuatro.
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