
Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Tras una década no dando pie con bola, Disney enderezó su rumbo a lo largo de los 90 con muchos de los clásicos más queridos de su filmografía. La bella y la bestia, Aladdin, El rey león, Pocahontas, El jorobado de Notre Dame, Hércules, Mulán o Tarzán son títulos recordados y admirados por todos los que crecimos por aquella década. Sin embargo, cuando se habla del Disney de los 90 pocas veces se menciona Goofy e Hijo, esa cinta estrenada en 1995 centrada en la relación paternofilial del fiel amigo de Mickey Mouse con Max, su hijo.
Y creo que es un grave error, puesto que la considero una de las producciones más tiernas, divertidas y efectivas de la compañía. Y sí, creo que está al nivel de los grandes clásicos de aquella década.
¿Pero por qué no se la tiene tan en consideración y está medianamente olvidada? Quizás porque ni la propia Disney sepa apreciar su producto. Para empezar, Goofy e Hijo fue planteada como una producción menor que fue realizada por DisneyToon Studios, la ya extinta división de la compañía responsable de las secuelas directas al mercado doméstico u otras cintas de menor envergadura. DisneyToon acababa de iniciar su trayectoria con Patoaventuras: La película – El tesoro de la lámpara perdida, continuación para la gran pantalla de la serie de Patoaventuras de finales de los 80, por lo que Disney quiso repetir movimiento y hacer lo mismo con La Tropa Goofy, el serial emitido entre 1992 y 1993 centrado en el personaje de Goofy y su hijo Max.
Nace así Goofy e Hijo, pero al contrario que la película de Patoaventuras, que no dejaba de percibirse como un capítulo alargado, esta cinta supo dar con la tecla para expandir el universo de La tropa Goofy sin caer en la reincidencia. Su argumento se centraba en la adolescencia de Max, en cómo Goofy no aceptaba los cambios que la vida trae consigo y temía quedarse solo y haber fallado en su misión como padre. De esta forma inician un viaje a través de todo el país para reconstruir vínculos, un periplo donde se dejan caer multitud de reflexiones vitales, en el que se da juego a hablar del temor a equivocarnos, del miedo al cambio o de dejar atrás los momentos felices para construir nuevos recuerdos. Y es que Goofy e Hijo es una película que trata sobre la vida.
He de reconocer que el personaje de Goofy nunca ha sido fruto de mi devoción. Siempre me ha resultado entrañable, pero sus continuos gags basados en su torpeza a la larga me saturaban. Que esta película consiguiera huir de este obstáculo y dotar de rasgos más humanos y de mayor profundidad emocional a esta mítica figura de Disney es otra de las razones por las que merece la pena admirarla. Pero además, este equilibrio entre lo cómico y lo emocional también se ve beneficiado por una historia que mezcla lo mejor del cine de institutos y adolescentes de los 80 y 90 con una road movie de aventuras, lo que le permite ser una cinta accesible a todo tipo de públicos. Tanto los más pequeños que deseen disfrutar de las bromas de Goofy, como los adolescentes que quieran ver una comedia de instituto o los adultos que busquen algo más que el mero entretenimiento, pueden encontrar sus deseos satisfechos en Goofy e Hijo.
Pero aparte, como bien habría que esperar de una buena producción animada de Disney, Goofy e Hijo tiene un apartado musical de infarto. Sus canciones no solo me parecen a la altura de grandes himnos de la compañía, sino que incluso me atrevo a calificarlas como de las canciones más pegadizas y deleitables que la casa del ratón Mickey ha hecho jamás. Desde que la vi por primera en el espacio Cine Disney que Telecinco emitía los sábados por la tarde a finales de los 90, no he podido sacarme las letras y melodías de mi mente. La actuación de Max en el instituto a ritmo de Stand Out, el final en un concierto multitudinario con Eye to Eye o esa escena por la autopista con infinidad de personajes cantando Juntos de Excursión,… todas ellas me parecen un completo disfrute.
Bien es cierto que se notan las carencias de ser una producción de menor presupuesto, pero aún así, el ingenio que hay detrás del planteamiento de sus secuencias y lo bien que aprovecha sus pocos recursos la hacen sobresalir muy por encima del resto de productos que produjo DisneyToon Studios. Precisamente, las secuencias musicales son donde más sale a relucir el buen trabajo de realización que hay detrás, lo que también se deja ver en la ocurrente implementación de cameos y referencias al universo Disney.
No tiene la épica de otros clásicos como El rey león, Tarzán o Hércules ni la pasión de La bella y la bestia, Aladdin o Pocahontas, pero ni falta que le hace. En su lugar, tiene una historia de amor paternofilial preciosa. Una lección de vida empaquetada dentro de una aventura familiar para todos los públicos que merecería tener casi la misma consideración que cualquiera de los grandes éxitos de aquella década. Por desgracia, con todos los productos sobre el universo de Mickey con los que nos bombardean cada año y con su carácter de producción menor, su existencia no es apenas recordada. También es cierto que en la época tuvo un frío recibimiento tras recaudar solo 35,3 millones de dólares en Estados Unidos, pero nunca es tarde para reivindicarla como merece. Por supuesto, si quieres hacerlo, la puedes encontrar en el catálogo de Disney+.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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