Agencias/Madrid.- La épica no era necesaria, según el quorum del vestuario y de la cátedra, pero acabó por hacer sitio a Cristiano. El portugués puso su rúbrica, en tres trazos, a una remontada europea en la que el Madrid pasó por varios estados de ánimo, la determinación y la excitación, pero también la duda y hasta el miedo escénico que antes padecían los huéspedes del Bernabéu. El Wolfsburgo únicamente lo sufrió durante 20 minutos en los que el Madrid fue el Madrid del pasado.
Un Madrid, todo sea dicho, que no llegaba tan lejos como el actual, en semifinales de la Champions por sexto año consecutivo, aunque ofrezca sensaciones equívocas. El único que las espanta es Cristiano, el Juan sin miedo del Madrid.
Ahora vete mañana a un colegio a la hora del recreo y cuéntales a los chavales tu discurso de que el fútbol es sólo un juego, que no es tan importante. Y cuando veas a Julia marcar de falta con el balón de gomaespuma cual Cristiano y a Mario levantándola en volandas en el córner a lo Ramos, el que te vas a llevar una lección vas a ser tú.
Han sido dos caras del Madrid diferentes. Una hasta los dos goles, anotados por Cristiano con dos minutos de diferencia. Fue la explosión que necesitaba la atmósfera, tan ebria como el portugués por esos dos tragos repentinos.
En su rostro era evidente la excitación que produjeron en Cristiano, al que sólo le faltó el golpe en el pecho que sigue al pasar del aguardiente. En el primero de los tantos, se aprovechó de una gran progresión de Carvajal por la derecha y de la indecisión de Dante y Naldo para atacar el centro. Cristiano sólo tuvo que empujar a la red. Había pasado únicamente un cuarto de hora. El primer gol llegaba, pues, para cumplir con el guion ideal. El segundo lo mejoró, y en este caso todo el mérito es para el portugués, por su forma de atacar el centro a la salida de un córner. Partió prácticamente desde 10 metros atrás, se adelantó a los defensas y giró el cuello de forma magistral. Benaglio no fue tan providencial como en Wolfsburgo.
El Real Madrid está en semifinales. Lo que era obligación se convierte en celebración y con todas las de la ley. Que sí, que al Wolfsburgo había que eliminarlo. Que sí, que lo normal era esto. Pero los 90 minutos del Bernabéu están ya en la historia del madridismo y en la foto aparecerá siempre inmortal Cristiano Ronaldo.
El héroe de una generación, la que lleva 30 años oyendo hablar a hermanos mayores y padres de las grandes remontadas europeas y que nunca había vivido una. Las leyendas de los goles de Butragueño que tanto han escuchado esos madridistas nacidos desde los tardíos 80 en adelante se convertirán en palabras propias cuando haya que contar a los más pequeños aquel 12 de abril en el que el Madrid necesitaba ganar 3-0 y Cristiano hizo el 1-0, el 2-0 y el 3-0. Una remontada generacional.
Y también habrá que contar que todo empezó gracias a un niño de Leganés que puso la primera piedra de la Ciudad Deportiva, que creció hasta cumplir su sueño, que vio como casi se lo rompen y que trabajó hasta llegar al lateral del área en el minuto 16 para asistir a Cristiano, que batió a Bengalio. Carvajal, ADN madridista, nació en el 92 y lo que sabe de las remontadas es lo que ha mamado desde pequeño, lo que demostró sobre el césped.
Al minuto siguiente, sin tiempo para que reaccionase el Wolfsburgo, replegado en confianza con su alianza con el reloj y el marcador, Carvajal volvió a volar en banda diestra y forzó un córner. Aún con la celebración en el cuerpo, Ronaldo se elevó y cabeceó cruzado, picado, imposible para el portero, para llevar el éxtasis al Bernabéu. Demasiado pronto. Con el 2-0 el Madrid se tranquilizó en lugar de seguir presionando a un equipo claramente asustado y que se tranquilizó cuando le dejaron manejar el balón. Benzema tuvo aún una buena ocasión, pero todo lo fino que estuvo en el juego le faltó de colmillo para el chut.
El paso del tiempo cambió al Madrid. Durante los primeros 30 minutos el equipo fue como un reloj, atacando cuesta abajo y con la ayuda de la gravedad. Pero en cuanto la manecilla tocó el fondo de la esfera, a los blancos se les vio pesados, temerosos. Agarrados al minutero (y a Keylor) sobrevivieron minuto a minuto hasta que la aguja llegó al 45 y se subieron a ella para desfilar hacia el vestuario y repensar la estrategia.
Partido nuevo, eliminatoria igualada y el Madrid asediando a un Wolfsburgo huérfano de Draxler. El plan fue el A, el de tener el balón y atacar. Pero caían los minutos y el susto se apoderaba del estadio. Había la convicción de que el tercero iba a caer, pero aunque nadie lo dijera la idea de un gol alemán hacía temblar las piernas. Ramos tuvo un “Uy”, pero el guión tenía un único protagonista principal.
Escribía hace un par de días Xavier Aldekoa en Twitter, una de esas personas a las que hay que agradecer diaria y eternamente que nos recuerde los dramas a los que giramos la cara porque ocurren lejos o creemos que no son nuestro problema, que un niño congolés le dijo muy serio que la única forma de entrar en el cielo es ser del Real Madrid. Si ese niño, al que el club debería localizar, hubiera estado en el Bernabéu en el minuto 77, se hubiera sentido más cerca del cielo que nunca.
Modric cayó derribado en un perfil que invitaba más a pensar en un golpeo zurdo de Bale que en un derechazo de Cristiano. Pero tenía fuego en la mirada. Y cualquiera se lo niega. El 7, bendito número del madridismo, la mimó en el césped y la golpeó violentamente después. La barrera se agrietó hasta abrir el boquete justo por el que entró el balón, como las nubes que se rompen para que los rayos del sol las atraviesen. Y Chamartín vio la luz.
El resultado de la ida impedía una celebración hasta la extenuación. Aún había que luchar contra el reloj y un Benaglio que le sacó el cuarto a Benzema y a Jesé con dos paradones de héroe que pudo ser y no fue. Y contra un árbitro que no quiso pitar el final en el 93′ y alargó el sufrimiento hasta el 94′. Pero pitó.
El Real Madrid sigue vivo en su competición favorita y se clasifica para su sexta semifinal consecutiva. El idilio con la Champions estuvo a punto de romperse, pero no existen el uno sin el otro. Cantan Sharif con Nach y Andrés Suárez una frase que puede valer para la relación entre club y competición, “La vida sin ti es un concierto en un teatro vacío”. El Madrid volverá a llenar estadios.
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