Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- El cineasta Joshua Gil decidió meterse al corazón de comunidades que se dedican en familias completas al cultivo de mariguana y amapola en la sierra de Oaxaca, para reiterar su postura social y política a favor de los campesinos en su segundo largometraje, Sanctorum (2019), que abre la 69 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, como la única película representante mexicana.
El filme de 80 minutos, que recurre a técnicas de documental y a efectos especiales para darle un aire mítico sobre el fin del mundo en la sierra oaxaqueña, se presenta justo cuando en el Congreso sigue en discusión la Ley General para la Regulación del Cannabis y otras reformas legales que, para el realizador, siguen sin representar un apoyo a los miles de campesinos que cultivan plantíos de la droga.
Sanctorum, una coproducción México-Qatar-República Dominicana, tuvo una presentación especial en el pasado Festival Internacional de Cine de Venecia y obtuvo el premio Guerrero en el de Morelia. Gil, que participó en todos los procesos del filme, tuvo como colaboradores en la fotografía a Mateo Guzmán, en la edición a León Felipe González y Yibrán Asuad, y un grupo de actores no profesionales.
Hablada por completo en mixe, presenta la historia de un pueblo campesino acosado por el ejército y por un cártel del narcotráfico, donde en un ir y venir entre la fantasía y la realidad, un niño ha perdido a su madre y va al bosque a pedir que ésta regrese, después de una historia mítica que cuenta su abuela.
¿Cómo surge la idea de un guion tan arriesgado?
“Surge de una investigación que realicé de 2015 a 2016 después de leer un artículo sobre campesinos que se dedican a la siembra de amapola y mariguana en México, en el que se habla también de la condición del campo mexicano y de que los cultivos están principalmente en manos de mujeres y niños, ya que la mayor parte de los hombres han migrado o trabajan para las fuerzas del narcotráfico. A partir de la investigación, me doy cuenta de que es un tema bastante recurrente en el campo mexicano en varios estados; desarrollo el guion y decido el tono en el que deseo trabajar la película”.
Pasaron ya seis años desde su debut con La maldad y desde que tuvo el guion de Sanctorum. ¿Qué dificultades enfrentó en todo el proceso para poder ahora exhibir su película?
“Fueron varios retos. Primero, el acercamiento a los grupos que se dedican a los cultivos; y luego, el financiamiento tampoco fue para nada sencillo, porque no es un proyecto común y corriente por su interpretación y por la postura que toma ante el gobierno, por tanto resultó bastante complicado acceder a fondos gubernamentales en un principio. En la producción hubo bastantes complicaciones, debido a la naturaleza del proyecto: filmamos con medidas de seguridad muy particulares, con gente que estaba armada vigilando los campos de mariguana, con un crew muy pequeño por seguridad del crew y de las personas que filmábamos; el reto de los efectos especiales, para poder tener un equipo profesional en el set, que fue natural, no se hizo nada en un foro, sino la mayor parte en la sierra de Oaxaca”.
¿Qué condiciones le impusieron estos grupos armados y el ejército para exhibir estas imágenes?
“Los grupos armados eran campesinos, no pertenecían a cárteles del narcotráfico, pero sí tenían tratos con ellos; eran campesinos que simplemente se dedicaban a la cosecha y cultivo de sus propios sembradíos, lo cual representa una ventaja para poder filmar. Algunas condiciones fueron: la privacidad completa, entramos con los ojos vendados para poder filmar los lugares sin saber exactamente dónde estábamos; discreción en todo momento, sin mencionar nombres, obviamente, tratando de hacer un trabajo más de documental que de película de ficción. Con respecto al Ejército, no hubo condición tal cual, utilizamos ex militares, gente que había pertenecido a la milicia pero ya no estaba en activo, que sabía perfectamente los protocolos a seguir para filmar; fueron muy atentos, muy amables, porque no hubo necesidad de enfrentar fuerzas campesinas con del gobierno, todo se ficcionó para narrar el filme”.
Aunque no haya nombres, sí hay rostros. Entiendo que no fueron actores profesionales, son personas que realmente participan o viven de los cultivos de mariguana, incluso niños. ¿Qué implicaciones éticas y artísticas enfrentó en el momento en que decidió tomar estas imágenes?
“Fue complicado porque en su mayoría querían salir en la película. Nadie que no quisiera aparece con el rostro descubierto. Yo les había impuesto la condición de que se cubrieran la cara, pero ellos más bien tenían un asunto de orgullo, de que querían aparecer porque sabían que la historia iba a defenderlos, porque aparecen como el primer motor de la historia, como el campesinado que está expuesto. Y muchos de ellos se sentían en esa situación. Y dijeron: ‘Sí, queremos y, además, queremos que nos vean’. En ningún momento revelamos la población real donde fueron filmados los cultivos, porque ni nosotros mismos sabemos dónde estuvimos ni la gente misma con la que se cultivó ahí”.
“Los actores principales son actores de otro poblado de Oaxaca. Obviamente, no son profesionales, pero son gente muy cercana al tema y también muy sensible, que sabía perfectamente de qué se trataba y, aunque ellos no se dedican al cultivo, defendían totalmente la postura del campesinado respecto a lo vulnerable de la situación y estuvieron de acuerdo en aparecer”, explica Joshua Gil (Puebla, 1977), quien estudió cine en Barcelona, fue asistente de fotografía de Carlos Reygadas en Japón (2002).
Esta situación fue muy afortunada para el realizador, cuyo filme ya ha cosechado entre otros reconocimientos los premios del Jurado de los festivales de Amiens, en Francia, y de Santiago, en Chile, y el Ariel de Plata a la Mejor Música Original para Galo Durán; además de que su opera prima.
“Pudimos narrar desde un punto de vista muy documental cómo estaban trabajando ellos, bajo qué situación, pero al mismo tiempo la producción estaba cobijada porque ellos mismos sabían que era un tema que no trataba de exponerlos en negativo sino más bien de protegerlos y de ayudarlos para tratar de hablar sobre la vulnerabilidad del campo mexicano, justamente de lo precario, de lo peligroso que es para ellos el tener como jefes al narco, por un lado, y al gobierno con los militares persiguiéndoles, por el otro”, añade durante la entrevista en vísperas del estreno en México de Sanctorum en la Cineteca.
Después de su investigación para el guion, ¿qué sorpresas tuvo en el rodaje de la película?
“Algo que me sorprendió mucho fue que las familias están muy organizadas, que había una sensación de unidad, que dentro de todo había una felicidad de ellos en esas condiciones, y me refiero a una felicidad que provenía de la unión familiar, de tratar de salir adelante en un país que brinda muy pocas oportunidades al campesino. Eso me llenó de motivación para contar esta historia, poder acompañarlos en este proceso y, sobre todo, protegerlos a la hora de hacer la película, de que quedara muy claro que la postura es estar con ellos, estar con los campesinos y tratar que mediáticamente se sepa en el país que ellos están en esta situación vulnerable. Igualmente me sorprendió mucho ver la participación de los infantes, de los niños, su participación tan relevante, que aportaban tanto a la mano de obra y a veces con gusto de que sabían que estaban trabajando, que era como un empleo, que ellos veían lo mismo cosechar la yerba verde, o la roja o maíz o café, para ellos simplemente era apoyar a su mamá, a su familia a salir adelante como campesinos, como lo que son.”
Su filme se estrena cuando está el debate sobre las reformas legales para despenalizar consumo y producción de mariguana.
“Si he seguido el debate. Hay muchos puntos muy debatibles, que van en contra de los campesinos, porque sin duda para que ellos pudieran sacar provecho de esta ley, deberían contar con más poder económico para lograr tener más plantíos, más seguridad, para competir de manera legal, por así decirlo, y que no recaiga el beneficio solamente en las grandes industrias o empresarios, que se apoderen de sus territorios simplemente para terciarizar la mercancía. Sí es una ley que plantea cosas importantes pero no se ha tomado en cuenta al pequeño productor, que es al que trata de posicionar la película; es una ley que favorece más al empresario que al pequeño productor”.
Su película es el extremo contrario de las series en las que los narcos son romantizados, ensalzados como héroes, es el contraste de la pobreza de los campesinos como primer eslabón.
“Siempre mi postura es muy clara. Desde La maldad (2015), mi primera película, el campo ha jugado un papel preponderante, muy importante, en el que estamos basados como sociedad en México, y que sigue estando muy descuidado. Es una situación que lleva muchas décadas de letargo y que en un sexenio no se va a terminar. La película tiene ese impulso, llega justamente en estos tiempos de cambio político, en que estamos muy pendientes de que la situación mejore para ellos. No es hablar por hablar, esta película pudo haber sido hecha hace años y prácticamente estaría hablando de lo mismo, de la posición del campesino y de su tragedia, pero ahora se contextualiza en un momento político de coyuntura, en el cual realmente estamos buscando que haya un cambio, porque realmente se está hablando de una ley y realmente hay un impulso y es el momento de hablar de esto, y es momento de que los campesinos suban al estrado y hablen de lo que ellos están pensando. Una manera de tratar de acercarlos es la película; una manera de visualizarlos, de hacerlos visibles en el aspecto social, es el cine. Estoy convencido del tipo de película que quería hacer y publicitar: una película que habla tanto de la tragedia, como de la bondad del amor de madre a hijo, de hijo a la madre, una película que habla sobre una postura sobre el fin del mundo de una manera muy particular en un poblado de Oaxaca”.
¿Cómo fue su recepción en la Mostra de Venecia?
“Impresionante. La recepción de prensa fue una sala como con 2 mil 500 personas sorprendidas sobre el tema tan diferente y la manufactura de la película. La prensa se volcó también sobre temas políticos y sociales, sobre el letargo en nuestras leyes, sobre el uso de mariguana y yerbas sicoactivas. También hubo una curiosidad grande sobre cuál era la percepción de nosotros como equipo sobre lo que venía con la 4T. La expectativa sigue sobre qué va a pasar con estas leyes y en este sexenio cómo van a abordar las políticas agrarias y cómo van a tratar de mejorar, a favor del campesino, de la sana competencia, todo esto que destruyó el neocapitalismo de los sexenios anteriores”.
Ha habido críticas de que a los festivales internacionales llegan películas mexicanas principalmente sobre la violencia y el narcotráfico. ¿Cuál es su opinión al respecto?
“En el caso de Sanctorum era necesario poner la violencia y escogí a mi manera la forma en que quería hablar y exponerla. Tiene escenas muy violentas, como las de los coches con la matanza, o la de la familia en la mesa. Es una violencia con la que estamos en contacto constante y que yo no podría hacer a un lado. Sin embargo, no es el punto central; ni tampoco la posición de la cámara cercana o sangrienta, la que yo quería tener. A mí me sigue sorprendiendo que a pesar de que pase el tiempo estos son los temas que llaman la atención, a nivel mundial respecto a México, pero, por otro lado, tiene sentido porque es lo que seguimos viviendo, seguimos viviendo a expensas del narco, de la violencia, no importa qué sexenio sea, tenemos un país desafortunadamente muy violento, donde los feminicidios aumentan por día, el gobierno no quiere verlo. Nuestra labor como cineastas es poner el dedo en la llaga le guste a quien le guste. Si les gusta en los festivales, pues qué bueno, porque eso le da visibilidad a las películas. Sanctorum está construida así, con elementos narrativos que hablan sobre la violencia en México, pero no como elemento central, visualmente hay muchos otros elementos que hay que destacar: la bondad de los personajes, la belleza de sus imágenes, la plástica y la estética de una película que no es una oda a la violencia”.
La fotografía en Sanctorum es impresionante. Eso le permite, me parece, plantear dos planos: uno mítico, de cuento, y el real, el de la violencia.
“La construcción de la película tiene dos pilares: el del cine documental, para el cual me ayudo siempre, para mis narraciones, con una cámara muy documental, muy cercana, muy metida en la acción, en los personajes, en los rostros, de una manera natural, con luz natural, que se sienta la naturalidad de los personajes, de la escena, de los movimientos, de los diálogos. Y, por otro lado, una construcción muy fantástica con efectos especiales, con muchos movimientos de cámara grandilocuentes, drones y cosas que eran necesarias para narrar que el mundo está terminando. Y era encontrar el tono de la historia con la utilización de una cámara que fuera precisa y útil para eso, sin sacrificar la parte estética y la imagen en sí, tratando de brindar una película bella, que si ya de por sí era sufrida por su tema, que el espectador pudiera disfrutar de la belleza de todo lo que tenemos en México, para mí era muy importante hablar del México que tanto amo y que tanto admiro”.
Con información de la agencia ‘Reuters’.
Los derechos de inclusión, el gran tema de las elecciones del 2021: IEPC
Parlamento Juvenil 2019, espacio para el análisis y participación democrática
Candidato del PRI al Gobierno de Zacatecas y su esposa ocultan compra de residencias en Miami