Agencias / MonitorSur / TOKIO .- ¿Organizar unos Juegos Olímpicos durante la peor pandemia en un siglo? La percepción general es que no pudo haber un mejor lugar que Japón.
Una democracia y vibrante con una economía próspera, la nación sede es conocida por su minuciosa atención al detalle, los proyectos a gran escala, sus avances tecnológicos, su capacidad para formar consenso y su infraestructura de primer nivel. Todo esto, en papel, proyecta una sólida impresión de que Japón es uno de los pocos lugares del mundo que siquiera se habría atrevido a hacer la arriesgada apuesta de organizar una justa de estas dimensiones.
Algunos dentro de Japón no están convencidos.
“Ningún país debería organizar unos Juegos Olímpicos durante una pandemia, para empezar. Pero si deben llevarse a cabo, entonces una nación más autoritaria y enfocada a la tecnología, como China o Singapur, tal vez podría tener un mejor control del COVID”, dijo Koichi Nakano, profesor de política en la Universidad Sophia de Tokio.
Las gestiones burocráticas, tecnológicas, logísticas y políticas que se requieren para ejecutar esta hazaña sin precedentes — un espectáculo sumamente complicado y criticado durante un momento de incertidumbre y dolor a nivel mundial — ha atraído atención no deseada al país.
Sobre todo, ha dejado al descubierto algunos aspectos vergonzosos: que la mayoría del país no quiere los Juegos, que la campaña de vacunación en Japón tardo en iniciar y apenas comienza a expandirse, y que muchos insinúan que el país se vio obligado a realizar la competencia debido a que el Comité Olímpico Internacional requiere de sus ingresos de transmisión internacional.
La preocupación no es que los organizadores puedan llegar al último día sin que se presente una tragedia. Eso luce factible, y les permitiría apuntarse una victoria.
El temor es que una vez que deportistas y directivos regresen a sus naciones, el país que involuntariamente sacrificó tanto por la causa de la unidad deportiva mundial resulte termine fuertemente castigado en consecuencia, y no sólo en términos de los miles de millones de dólares que invirtió en la competencia.
El pueblo japonés podría ver como la situación del coronavirus, que ya es grave en el país, se deteriora aun más; los visitantes olímpicos ya propagaron variantes más infecciosas del virus en un territorio que apenas ronda una tasa de vacunación del 25%.
Pese a todo, Japón tiene algunas ventajas evidentes respecto a otras democracias en lo que respecta a albergar esta justa, como su poderío económico. Como la tercera mayor economía del mundo, detrás de Estados Unidos y China, fue capaz de invertir los miles de millones de dólares necesarios para realizar la competencia, con todo lo que conlleva como los gastos acumulados y las cambiantes exigencias.
Otra ventaja podría ser la bien merecida reputación de Japón por su impecable servicio al cliente. Pocos lugares del mundo se enorgullecen tanto de adaptarse a las necesidades de sus visitantes. Sin embargo, es válido preguntarse si esa auténtica inclinación por la hospitalidad será puesta a prueba por la presión extrema.
El aspecto geopolítico es otro gran motivante. El archirrival de Japón, China, alberga los Juegos Olímpicos de Inverno del próximo año, y muchos nacionalistas sostienen que el fracaso olímpico no es una opción en medio de una lucha con China por mantener la influencia de la región. El primer ministro Yoshihide Suga también podría conservar la esperanza de que unos Juegos exitosos le ayuden a mantener el poder en las elecciones de fin de año.
¿Qué hay de los posibles argumentos en contra de que Japón es el anfitrión perfecto para unos Juegos Olímpicos en una pandemia?
Para empezar, tal vez, su liderazgo. Nunca ha quedado en claro quién está al mando. ¿Es la ciudad de Tokio? ¿El gobierno nacional? ¿El COI? ¿El Comité Olímpico de Japón?
“Estos Juegos Olímpicos han sido un proyecto japonés pero, como se señala a menudo, nadie sabe en realidad quién es el organizador principal”, dijo Akio Yamaguchi, consultor de crisis de comunicación en la compañía AccessEast, con sede en Tokio. “La incertidumbre es el mayor riesgo”.
Japón también se ha enfrentado con un problema particular de las democracias: Un férreo y, por momentos, descontrolado debate público sobre si fue una buena idea en primer lugar albergar la competencia.
“Después del aplazamiento, nunca hemos tenido una respuesta clara de cómo albergar los Juegos. El enfoque siempre estuvo en si podíamos hacerlos o no, en lugar de discutir por qué y cómo hacerlo”, dijo Yuji Ishizaka, sociólogo deportivo.
“Japón es realmente malo para desarrollar un ‘Plan B’. Las organizaciones japonesas son prácticamente incapaces de crear escenarios en los que suceda algo inesperado”, dijo Ishizaka. “Hubo muy pocos planes que simularon las circunstancias de 2021”.
Japón tomó un gran riesgo, apostando que podía organizar estos Juegos. Sin importar lo que políticos y nacionalistas digan sobre el éxito de la junta en los próximos días, la verdadera respuesta de si Japón era el lugar correcto para la competencia tendrá que esperar a que la llama olímpica se apague y los visitantes regresen a sus países.
Sólo así, con algo de distancia, podrán tener claridad.
Con información de la agencia ‘The Associated Press’
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