La autora dedica esta crónica a su papá,
quien falleció en mayo después de haber sido atendido
en el Hospital 20 de noviembre y a quien le emocionaba
el proyecto Escritoras Universitarias.
Por Natalia Ruiz/Ciudad de México.- En tiempos de pandemia, venir al hospital implica más miedo del habitual. Cubrebocas no desechable, lentes de sol, guantes de látex. El no tan clásico atuendo para acompañar enfermos. Tras una largo trámite burocrático se le permite el acceso a los familiares de los pacientes —Nombre completo del paciente, parentesco, firme aquí—.
Al entrar, todos los pisos de la torre de hospitalización tienen un grupo de uniformados, armados con doble cubrebocas de tela delgada y una botella de gel antibacterial. Los médicos y enfermeras suben y bajan, parece un día cualquiera. Al llegar a la habitación del paciente, hay que desvestirse de todas las protecciones. Porque no, no se está llegando de Marte. Aunque desde hace mucho tiempo las calles se sienten marcianas.
“Cuando yo llego a casa, lo primero que hago es desvestirme…”, dice Maribel, enfermera en el Centro Médico Nacional 20 de Noviembre. Ella separa la ropa blanca que utiliza en el trabajo, la deja en un cuarto de lavado —que es la antesala de su hogar— y espera al día siguiente para lavarla y desinfectarla. Antes de saludar a sus familiares toma una larga ducha en la que procura desinfectarse de pies a cabeza. Maribel Cortés, “Mari”, es enfermera de uno de los hospitales que, de acuerdo con El Sol de México, están autorizados para realizar pruebas y atender casos de COVID-19 en la Ciudad de México.
Está asignada al piso de oncología y ahí, con el rostro cansado, con ojeras y bolsas debajo de los ojos, hace un recuento sobre las condiciones en las que ha trabajado durante esta pandemia: “Aunque yo no estoy en contacto directo con pacientes que tienen COVID, transito por los lugares por donde ellos pasaron. Estoy expuesta… Aquí ya hay hasta médicos hospitalizados.” Las manos de Mari están rotas y resecas, el líquido desinfectante que utiliza incontables veces durante el día no es amigable con la piel.
La preocupación de Mari es enorme, sobre todo le preocupa contagiar a su familia. Sin embargo, sabe que quedarse en casa no es una opción. Como el resto del cuerpo médico, Mari continúa en la mayor disposición para atender a los pacientes. Aunque no sienta que el hospital haga lo suficiente para cuidarla. “Pues todos con miedo, pero qué le vamos a hacer. A seguir trabajando. Todo está en la voluntad de Dios… Si es que son católicos.”
La desprotección y exposición que Mari y sus compañeros de trabajo viven durante esta contingencia quebranta derechos laborales que, de acuerdo la Comisión Nacional de Arbitraje Médico, incluyen “Laborar en instalaciones apropiadas y seguras” y “Contar con los recursos necesarios para el óptimo desempeño de sus funciones”. Sin embargo, todos aquí están expuestos al contagio. No importa la función que desempeñen.
La torre de hospitalización del centro médico comprende más de siete pisos en los que trabajan enfermerxs, camillerxs, médicxs, personal de limpieza —que en su mayoría son personas de la tercera edad— y personal de vigilancia. Además se encuentran personas externas al hospital como visitas y familiares de los pacientes.
En el sótano de la torre de hospitalización, el grupo de vigilantes asignado detiene el paso a los transeúntes y libera el camino hacia los elevadores. Como esto ya es rutinario, se sabe que pronto uno de los pacientes infectados del nuevo coronavirus ingresará a la torre de hospitalización. Aún así, no deja de ser inquietante. En la planta entra un hombre de entre 45 y 50 años que está siendo transportado hacia el elevador en una camilla. Envuelto en una sábana, lleva sobre boca y nariz un cubrebocas azul de tela delgada. Tose y tose con ganas. El camillero que lo transporta está cubierto por completo, sumergido en la tela azul característica de los quirófanos.
Lo llevan al segundo piso del hospital, un piso abajo de oncología, en donde trabaja Mari y en donde se encuentran pacientes especialmente graves, la mayoría de ellos inmunodeprimidos. Una vez que se ha ido, comienzan las labores de desinfección de piso. Un hombre cubierto de pies a cabeza recorre los pasos del enfermo, en la mano izquierda lleva una botella blanca llena de líquido y en la otra balancea una manguera por donde éste sale a presión, como un atomizador. “Acérquense, ya viene el Padre con el agua bendita.” dice uno de los elementos de vigilancia. Estallan las risas, “ ¡Vengan, vengan! Vengan por su bendición.” dice otro uniformado. El humor siempre, tan nuestro en la adversidad.
Al día siguiente, 15 de abril, el personal médico del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre decidió cerrar el eje 7 Sur Félix Cuevas en protesta por falta de equipo de protección y rondas de trabajo excesivas por la epidemia. Según el medio periodístico Animal Político, José Alfredo Merino, director de la institución, negó que hubieran médicos contagiados internados en el hospital y se comprometió a atender las necesidades de su personal.
Las protestas por parte del sector médico han sido una constante en todo el territorio mexicano. De acuerdo con la información recabada por La Silla Rota, al menos hasta el 31 de marzo estallaron protestas en diez hospitales del área metropolitana. Ocho de ellas en la Ciudad de México. La queja es la misma: la falta de medidas de protección para atender la emergencia sanitaria.
Aunque no hay una cifra certera de cuántos pacientes infectados con el virus SARS-CoV-2 hay actualmente internados en el Centro Médico Nacional 20 de Noviembre, diario llegan nuevos casos esperando confirmar si están o no infectados. Los hospitales deben mantenerse operando. Aún si no se han garantizado los derechos de quienes ahí trabajan y no se han ofrecido los insumos mínimos necesarios para realizar su labor de una manera segura.
Mientras tanto, en el ojo del huracán que ha sido esta contingencia sanitaria, se siguen improvisando atuendos para ir protegidos al hospital. A acompañar a aquellos que no pueden quedarse solos.
Escrito originalmente en abril del 2020.
Natalia Ruiz: estudia Ciencias de la Comunicación en la UNAM.
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