Agencias / MonitorSur, CIUDAD DE MÉXICO .- Michael Schumacher eligió Italia para anunciar su retirada un 10 de septiembre de 2006. Tenía sentido corriendo en Ferrari. A sus 37 años, sentía que su familia merecía más tiempo y que ya estaba bien de jugarse la vida. Piloto competitivo al extremo, rival durante quince años de los Nigel Mansell, Alain Prost, Ayrton Senna, Damon Hill, Jacques Villeneuve, Mika Hakkinen y tantos otros, el alemán llevaba dos años de lucha sin cuartel con el Renault de Fernando Alonso. Ser joven es mucho más divertido que luchar contra los jóvenes, debió de pensar, y así se lo hizo a saber a Jean Todt y Ross Brawn.
Para no dejar nada al azar, Schumacher se encargó de ganar el gran premio de Monza, no se fuera a decir que se retiraba como un perdedor. Todo lo contrario. Michael acudió a rueda de prensa junto a sus compañeros de podio, Kimi Raikkonen y Robert Kubica, y soltó la bomba. No es raro que un deportista se retire a determinadas edades, pero sí lo es que sepa elegir el momento. Ahí estaba, en vencedor, sonriente, y dando la función por terminada: tres carreras más y listos.
La retirada de Alonso tras un fin de semana de lo más polémico –el asturiano había sido sancionado en la calificación por un supuesto bloqueo a Felipe Massa, el compañero de Schumacher en Ferrari- colocaba al alemán al borde de una remontada histórica. Alonso, que llevaba todo el año liderando el campeonato incluso con cierta comodidad, venía teniendo problemas en los últimos meses con su coche, que se acentuaban ante la pujanza de Ferrari y algunas incomprensibles decisiones de los jueces. “Si Ferrari reclama, no estás seguro”, había declarado el asturiano en rueda de prensa antes de conocer su sanción. Eran buenos tiempos para la conspiración constante.
Ambos pilotos quedaban separados por apenas dos puntos -108 a 106- mientras el círculo de la Fórmula Uno se trasladaba a China. Todas las casas de apuestas daban como favorito a Michael, pero había que demostrarlo. El momento estaba de su lado, pero el momento no dura eternamente. De las seis últimas carreras, Schumacher había ganado cuatro. Alonso estaba preocupado, pero al menos anunciaban lluvia para el fin de semana y eso debería favorecerle. La clasificación pareció apuntar en ese sentido: Alonso y su compañero Fisichella arrasaron, con más de un segundo de ventaja sobre los Honda de Barrichello y Button. Schumacher solo podía ser sexto, con claros problemas de estabilidad. El campeonato volvía a complicársele.
Solo que Michael era un hombre de carreras: a lo largo de sus muchos años como profesional, ganó 91, más que nadie hasta que el “caníbal” Hamilton le adelantó en 2020. Sin embargo, las clasificaciones, que tan bien se le daban a Ayrton Senna, no eran su especialidad: “apenas” 68, solo tres más que el brasileño y treinta y tres menos -a día de hoy- que el británico. La carrera se disputó bajo la lluvia y todo lo que podía salirle mal a Alonso, le salió mal. Renault no acertó con los neumáticos, no acertó con las paradas y no acertó con las tuercas.
Después de unas primeras vueltas de dominio, el asturiano vio cómo primero su compañero Fisichella y luego el propio Schumacher le adelantaban sin que pudiera hacer nada. Para cuando todo se normalizó y pudo volver a encadenar vueltas rápidas, Alonso estaba ya a cincuenta segundos de los líderes. Renault no sabía muy bien si pedirle a Fisichella que le diera guerra a Schumacher para quitarle puntos o si ordenarle que se dejara adelantar por el español para no restarle puntos a él. Lo que bajo ningún concepto podía ser era segundo. Flavio Briattore optó por la segunda opción y, así, el vigente campeón del mundo pudo acabar al menos en segunda posición y salvar el empate en la clasificación general.
Ahora bien, esta nonagésimo primera victoria de Schumacher, la quinta en siete grandes premios, le colocaba, por fin, de líder. Habían tenido que pasar casi dos años de dominio azul Renault, pero ahí estaba él de nuevo, saltando en lo más alto del cajón, eufórico y tranquilo a la vez, con la seguridad que te da saber que estás ahí casi de regalo, cuando nadie contaba contigo… y que te irás pronto, para no volver, a algún retiro en las montañas de algún país del centro de Europa. Tan bien iba todo para Ferrari que nadie imaginaba que aquel sería el último día de gloria para su piloto estrella, que todo el esfuerzo iba a acabar en nada.
El 8 de octubre de 2006, una semana después de su “sorpasso”, Schumacher viajó a Japón consciente de la posibilidad de proclamarse campeón del mundo ese mismo domingo. Tenía que ganar -algo probable- y que Alonso no puntuara -no tan probable, pero posible, con el ínclito “tuercas” en los boxes de Renault-. En la clasificación, Ferrari consiguió el doblete: Massa, primero; Schumacher, segundo. Los Renault no iban: Alonso acabó quinto, Fisichella, sexto. Se mascaba la tragedia. Antonio Lobato se consumía en su diminuta cabina de retransmisión.
La salida confirmaba todos los malos augurios: Michael Schumacher tardó exactamente dos vueltas y media en superar a su compañero de equipo, que no puso traba alguna, y liderar el gran premio. Detrás de él, ya digo, Massa. Detrás de Massa, el hermano de Michael, Ralf. Y en cuarta posición, con tres enemigos declarados delante, Fernando Alonso. El segundo Mundial se escapaba como tantas veces se escaparía después el tercero. Para cuando el asturiano consiguió adelantar a los dos escuderos del alemán, la desventaja era ya de más de cinco segundos. Había que remar mucho o esperar un milagro.
Lo primero dependía de Fernando y no se dejó nada dentro: vuelta a vuelta, décima a décima, el español se iba acercando a su rival. Los cinco segundos pasaron a ser cuatro a falta de veinticinco giros. Los aficionados miraban cada parcial y el Renault iba arriba y abajo… pero el Ferrari era una roca, una trituradora que no bajaba el ritmo en ningún momento y que volvía a retomar ventaja: de cuatro a cinco, de cinco a seis segundos con veinte vueltas por disputarse. Con ese resultado, a Schumacher le valdría con quedar inmediatamente detrás de Alonso en Jerez para retirarse ganando, el sueño de todo competidor.
A diecisiete vueltas para el final de carrera, Schumacher paró por segunda y última vez en boxes: con su ventaja intacta y neumáticos nuevos, todo parecía encaminar al campeonísimo a su 92ª victoria. Bastaron cuarenta y cinco segundos para cambiar de opinión. De repente, tan solo siete curvas después del repostaje, el irrompible Ferrari empezaba a echar humo blanco por su cola. Motor roto. Adiós a la carrera, adiós a todo. Schumacher no se lo podía creer. Lobato, tampoco. Alonso no tenía tiempo para historias: necesitaba aprovechar la oportunidad y no dejarse confundir por la euforia. Su ventaja era enorme y supo conservarla. El triunfo en Japón no le proclamaba campeón, pero convertía la última carrera en casi un trámite.
Con un punto le valía a Alonso para ser campeón por segundo año consecutivo y consiguió los ocho del segundo puesto. Aunque Ferrari ganó con Massa en Jerez, Schumacher solo pudo ser cuarto. De la nada al todo y del todo, de nuevo, a la nada. Bueno, podría ser peor. Podría no haber ganado antes siete campeonatos del mundo. Podría no haber demostrado que seguía siendo el gran rival del joven campeón. La familia, eso es lo importante, se repetía a sí mismo para convencerse de que era verdad. Schumacher felicitó a Alonso y se despidió de la Fórmula Uno. Para siempre.
Con información de la agencia ‘EFE’.
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