Agencias / MonitorSur, Ciudad de México.- Cuando los astronautas toman fotografías de la Tierra a más de 400 km por encima de nuestras cabezas, hacen mucho más que conseguir imágenes espectaculares. También cuidan de la salud del planeta y, en consecuencia, de todos nosotros.
Las técnicas empleadas por los astrofotógrafos cuando observan estrellas se han combinado con la exploración espacial para medir el impacto medioambiental de las luces artificiales por la noche.
Las únicas imágenes nocturnas en color de la Tierra disponibles libremente son aquellas tomadas por los astronautas de la Estación Espacial Internacional, así como unas pocas composiciones en color procedentes del satélite Rosetta de la ESA. La NASA cuenta con una base de datos pública con más de 1,3 millones de fotografías en color realizadas por astronautas desde 2003.
Ahora, los investigadores están observando estas imágenes nocturnas desde otro punto de vista. Un equipo de científicos ha dado con un método para clasificar la iluminación exterior mediante diagramas cromáticos y técnicas de calibración. La información espectral resultante, como la temperatura del color, constituye una herramienta de utilidad para evaluar el impacto ambiental de la luz artificial.
“Esperamos llevar la fotografía desde la Estación Espacial Internacional a un nuevo nivel”, confiesa Alejandro Sánchez de Miguel, investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido) que dirige el proyecto Cities at night de concienciación sobre la contaminación lumínica.
Las luces de las ciudades no solo perturban la vida de los animales nocturnos, que sufren desorientación y cambios fisiológicos y comportamentales, también afectan a las personas.
Un exceso de luz artificial antes de irnos a la cama reduce la producción de melatonina, una hormona asociada al sueño. Esta supresión puede tener efectos negativos en nuestra salud, incluidos el cáncer de mama y el de próstata.
Además, las farolas son responsables de una parte importante del consumo energético de los países.
“No es solo una cuestión de poder ver las estrellas —señala Alejandro—. Todos los seres vivos del planeta, incluidos los humanos, sufrimos la iluminación artificial nocturna. Y solo los humanos que estamos en la Tierra podemos hacer algo por nosotros mismos”.
Para analizar las imágenes, los científicos utilizan fotometría sintética, una técnica matemática que permite identificar fuentes de luz bajo distintas condiciones de iluminación y configuraciones de cámara. Los resultados ofrecen información precisa sobre cómo el color y el brillo de las farolas pueden suprimir la producción de melatonina u impedir la visión de las estrellas.
Milán es un ejemplo paradigmático en esta investigación. La metrópolis italiana ha sustituido sus farolas de sodio naranja por luces LED. El estudio demuestra que las fuentes de luz más blancas son peores para el entorno.
Como explica Alejandro: “Ofrecemos una base para crear mapas de riesgo de la iluminación artificial. Las administraciones pueden emplear esta información para reducir la contaminación lumínica”.
El siguiente paso es abrir la puerta a la ciencia ciudadana. Un artículo en elaboración mostrará cómo emplear cualquier cámara para capturar luz en casa y analizar si la bombilla favorece unos patrones de sueño óptimos.
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