Agencias / MonitorSur, Ciudad de México.- En una muy fría mañana de marzo en Ames (Iowa, EE. UU.), los extensos campos de maíz de las afueras de la ciudad estaban enterrados bajo una capa de par de centímetros de hielo y nieve. Pero dentro de las cámaras de cultivo a medida en el campus de la Universidad Estatal de Iowa hacía calor y humedad.
Las luces deslumbrantemente brillantes estaban enfocadas hacia tres cajas, cada una con cerca de 3.200 kilogramos de tierra, hundidas a 1,5 metros bajo el suelo. El constante movimiento de los ventiladores para garantizar la circulación del aire y las temperaturas uniformes en toda la habitación hacía eco. Un conjunto de termómetros infrarrojos y sensores de humedad controlaban el microclima que rodeaba las hojas de las plantas.
Dentro de estas cámaras de crecimiento, está el futuro. Pero al amable agrónomo que dirige el Laboratorio Nacional de Agricultura y Medio Ambiente del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), Jerry Hatfield, no le gusta lo que ve.
“O cambiamos los cultivos que producimos o tendremos que pensar en cómo manipularlos genéticamente para darles una mayor resistencia a las temperaturas más altas”.
Hace tres años, Hatfield usó las cámaras de crecimiento para averiguar cómo se desarrollarían los cultivos locales a las temperaturas previstas para la región en 2100, ya que se espera que aumenten aproximadamente 4 °C de media. Simuló una temporada de crecimiento, del 1 de abril al 30 de octubre, para tres variedades diferentes de maíz populares entre los agricultores en el área. En una cámara, Hatfield comenzó con una temperatura de aproximadamente 10 °C para simular las condiciones a principios de abril, luego la elevó a más de 38 °C para simular los calurosos días de verano bajo las condiciones esperadas para 2100, y luego la volvió a bajar para el otoño. En una segunda cámara, simuló las condiciones climáticas actuales de la región, que son más frías.
Las diferencias entre las plantas en las dos cámaras eran evidentes. Aunque las hojas parecían iguales, el impacto de esos 4 °C adicionales fue mucho peor que el prevén los estudios científicos más pesimistas. El número de mazorcas por planta se desplomó, en algunos casos hasta un 84 %. Algunas plantas no produjeron ni una sola mazorca.
Aquel fue solo el primero de una serie de resultados alarmantes. En los meses siguientes, Hatfield y sus colegas simularon el aumento de las temperaturas y la alteración de los patrones de lluvia que se espera que afecten los campos de trigo de Salina (Kansas, EE. UU.) en 2050. Los rendimientos cayeron hasta un 30 % con precipitaciones escasas y hasta un 70 % bajo la combinación de altas temperaturas y escasas precipitaciones que se espera en las próximas décadas.
Hasta la fecha, a los agricultores estadounidenses no les ha costado demasiado resistir al cambio climático. Al fin y al cabo, con los modelos más optimistas, hasta el 2050 se los rendimientos proyectados en EE. UU. para el maíz y de la soja aumentarán. Estas especies ocupan el 75 % de las tierras cultivables del medio oeste del país. Este aumento se producirá gracias al clima más cálido que beneficiará al norte que, normalmente, es relativamente frío. Pero al final, si Hatfield tiene razón, los rendimientos caerán bruscamente, arruinando a los agricultores y dejando a gran parte del mundo con más hambre.
Para el 2050, se espera que la población mundial llegue a los 9.700 millones. A medida que los niveles de vida y la alimentación mejoren en todo el mundo, la producción de alimentos tendrá que aumentar en un 50 % en un momento en el que el cambio climático hará que tanto África subsahariana como el este de Asia sean incapaces de satisfacer sus propias necesidades sin importaciones. El maíz y la soja de EE. UU. ya representan el 17 % de la producción de calorías del mundo. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) prevé que las exportaciones estadounidenses de maíz se deben casi triplicar para 2050 para cubrir el déficit, mientras que las exportaciones estadounidenses de soja deberían aumentar en más del 50 %. Toda esta comida extra debe ser cultivada sin aumentar demasiado el uso de la tierra. Eso significa que el aumento deberá centrarse en el rendimiento: la productividad del cultivo.
Y eso es lo que tiene tan preocupado a Hatfield. Un creciente cuerpo de estudios científicos sugiere que es probable que el cambio climático diezme los rendimientos. La única opción para evitarlo consiste en encontrar nuevas formas de ayudar a las plantas a enfrentarse las sequías, las grandes oscilaciones de la temperatura y otros fenómenos meteorológicos extremos que probablemente se conviertan en algo común en las próximas décadas.
El científico alerta: “Si no hacemos algo, veremos importantes caídas en la producción en las grandes áreas del Cinturón de maíz y las grandes llanuras de EE. UU.. O cambiamos los cultivos que producimos o tendremos que pensar en cómo manipularlos genéticamente para obtener una mayor resistencia a las temperaturas más altas.
El fin de los Goldilocks
Lo que está claro es que las terribles predicciones se repiten. A principios de la década de 1970, los líderes mundiales estaban tan preocupados por que el aumento de la población, la creciente contaminación y el incremento de los precios de los alimentos crearan una grave crisis alimentaria a comienzos del siglo XXI que la ONU convocó una conferencia en Roma (Italia). “Queda poco tiempo. Es crucial actuar de forma urgente y sostenida”, declararon los estados miembros después de la conferencia, en 1975.
Así que, en los años que siguieron, los cultivos de alto rendimiento, un mayor uso del riego, la mecanización de granjas y la introducción de fertilizantes sintéticos y pesticidas dieron lugar a la “Revolución Verde”, que incrementó drásticamente la producción agrícola en muchos lugares del mundo.
Pero ahora el aumento del crecimiento ha comenzado a disminuir. El agua es escasa en muchas áreas, lo que limita una mayor expansión del riego. Y es difícil imaginar usar más fertilizantes y pesticidas. El economista de la Universidad de Stanford (EE. UU.) especializado en cambio climático Marshall Burke afirma: “Ya no sabemos si podremos seguir inventando nuevas tecnologías y prácticas de gestión que permitan que la productividad satisfaga la demanda, Pero las condiciones climáticas seguramente lo harán mucho más difícil”.
Además, el calentamiento global ya empieza a notarse. En 2011, el economista de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Wolfram Schlenke y el ecólogo de Stanford David Lobell analizaron qué pasó con los rendimientos de los cultivos a medida que las temperaturas aumentaron entre 1980 y 2008. Encontraron que la producción mundial de maíz (excluyendo Estados Unidos) cayó 3,8 % y la producción de trigo cayó 5,5 % en relación con lo que hubiera sido de otro modo. El aumento de días y noches cálidos explica aproximadamente la mitad de la variación en el rendimiento del maíz. Las temperaturas más altas influyen hasta cierto punto, entre aproximadamente 10 °C y 29 °C, pero si suben más de eso los rendimientos se desploman.
Para tener una idea del impacto que esto podría causar sobre el precio global de los alimentos, Schlenker sugiere ver lo que sucedió en 2012, la última vez que el medio oeste de Estados Unidos experimentó un verano con temperaturas comparables a las que los climatólogos estiman que se convertirán en la norma a finales de siglo. La producción de maíz de esta región cayó un 25 % y la de soja un 10 %. Eso representa una caída de entre el 4 % y el 5 % en la producción global del total de calorías, unas condiciones en las que podemos esperar que los precios de los alimentos aumenten hasta un 30 %, afirma él.
Artículo Completo en MIT.
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